Decir lo que no se quiere decir para no hablar de lo que realmente se tiene que hablar, interpretar una cosa y que, en realidad, quizás quiera decir otra. Las relaciones y decir las palabras que tocan es complicado, especialmente cuando estás en medio de un escenario a punto para actuar.
Rosó (Anna Moliner) y Santi (Joan Negrié) están casados y, además, trabajan juntos. Son una pareja artística y amorosa. Aunque no saben exactamente como acabó pasando todo. Tienen claro el inicio, la boda del hermano de Rosó, pero el resto parece que lo ha traído la inercia. Están a pocos minutos de empezar su actuación de duetos románticos musicales en un teatro de una población que celebra su fiesta mayor, cuando un pequeño comentario desencadenará una conversación que había quedado latente a la espera.
Inteligente, rápida, ágil y estimulante, esta obra tiene en su texto una base increíble que se pone al servicio de unas interpretaciones maravillosas de Moliner y Negrié. La química entre los dos y la fluidez con la que sus personajes hablan como si realmente hiciera quince años que están casados deja con la boca abierta. Negrié sabe preparar al personaje para la explosión que tiene que llegar y Moliner acude a la llamada provocando un estruendo en el escenario que desencadena un torrente de risas en el patio de butacas.
Las interpretaciones y el texto se ajustan como el guante a una mano, perfectamente encajados para dar a la espectadora una hora de diversión y maravilla encima del escenario. La escenografía evoca el desorden que había en la vida de estos dos personajes y, a medida que van poniendo las cartas sobre la mesa, se va ordenando el escenario hasta que queda todo inmaculado y perfecto para acoger la actuación musical. Es entonces cuando el delirio llega a su máximo esplendor y el público no puede dejar de aplaudir.
Y en el momento que las luces se apagan el deseo es que la pareja continúe su conversación, llena de enredos y cosas no dichas, porqué son un desastre, pero cualquiera se los llevaría a casa.