La identidad, sus significados y sus consecuencias constituyen la base sobre la que Wajdi Mouawad (Líbano, 1968) construye la historia intensa, dura y penetrante de Tots ocells. Los sentimientos que este concepto provoca son tan diversos como el carácter de los personajes en un conflicto que resulta desgraciadamente eterno. Cada uno aporta una mirada alternativa, como las perspectivas que pueden tenerse de una misma realidad mirada desde ventanas distintas. La profundidad de la experiencia humana y de las emociones desbordadas que se puede captar en la tetralogía de Litoral, Incendis, Boscos i Cels vuelve a escena en este magnífico texto, de la manija, como es habitual, de La Perla 29 y bajo la magistral dirección de Oriol Broggi.
La historia parece que se escriba sola, fruto del destino de dos pueblos condenados a enfrentarse. Pero la narración gira en torno a dos situaciones paralelas que ponen ante el espejo los argumentos del conflicto y, sin piedad, los desnudan hasta convertirlos en lo que son: una interpretación de la realidad. Uno, el amor. El otro, el limitado significado de la herencia.
Mientras estas situaciones avanzan y se afanan por abrirse paso entre prejuicios y creencias, otras realidades se convierten en muros, nunca tan bien dicho, infranqueables: la deuda hacia los ancestros y el deber de honrarlos, de perpetuar su legado, la religión y el derecho a la tierra que ésta supuestamente otorga, el etiquetado de culturas que, por desconocimiento, generan terror… Retos demasiado pesados, construidos durante siglos.
En Nueva York, Eitan, un estudiante de genética de familia judía alemana, se enamora de Wahida, y le acompaña en busca de información por su tesis en Israel y Cisjordania. Allí, el conflicto terrorista acaba reuniendo a la familia y lo hace estallar todo. Todo se desborda.
La imposibilidad de una reconciliación, después de tanto odio y tanta muerte, queda patente en el diálogo, y las escenas exudan la energía de un artefacto a punto de reventar.
Cada pared se convierte en una pantalla en la que se proyectan primeros planos, escenarios (¡sublime, la calle de Nueva York!), ambientes… y momentos crudos de conflicto. El conjunto te atrapa y te sumerge de lleno. El efecto es inmediato.
Si la escenografía es cautivadora, el elenco merece un punto y aparte. Xavier Boada, Xavier Ruano, Marissa Jossa, Marcia Cisteró, y Miriam Moukhles interpretan a la perfección personajes muy complejos. Joan Carreras demuestra el dominio de voz y cuerpo en escenas intensas, que son la mayoría, más que en registros más introspectivos. En Clara Segura, eficaz y ajustada, excelente, te la imaginas a ratos contenida por el bien de la compañía. La obra es tan vivencial que podría representar todos los papeles ella sola. Mención aparte merece Guillem Balart. No le sobra nada. No le falta nada. Es él, el personaje. Te lleva a su terreno, te hace suyo, y vives la escena con su piel.
Cristina Genebat es la responsable de la traducción de un texto que acompaña a la escena de forma excelsa, en las paredes, en árabe, en alemán, en catalán. Va más allá de una subtitulación. Se trata de subrayar intervenciones clave, de mostrar contexto en cada escena y respeto por cada cultura y cada lengua.
Un montaje imprescindible, un manifiesto contra la barbarie desde la esencia desnuda del ser humano. Una cruda reflexión sobre la construcción social de la realidad