Anhelo y delicadeza son los conceptos que me evoca Todas las noches de un día, un deseado montaje proyectado desde hace tiempo por el poético dramaturgo Alberto Conejero y el director Luis Luque, productor de belleza escénica.
Todas las noches de un día está contada desde Samuel, un jardinero (“hay que amar la espera para ser jardinero”) que cuida el jardín de una enigmática mujer, Silvia, que ha desaparecido (“Cuánto tiempo tiene que pasar para que quien se haya ido desaparezca?”). Samuel y Silvia, dos personajes tomados por su pasado y envueltos por una promesa.
Desde el principio, se respira extrañeza y ensoñación hacia los dos. Ella, interpretada por Ana Torrent, transita con sutileza entre vitalidad e intensidad, con ecos de la Señorita Julia y de Doña Rosita la soltera; él, Carmelo Gómez, encarna una ternura conmovedora enraizada en la tierra y en el cuidado.
Luque materializa con precisión y solvencia la poética escénica de Conejero en una puesta en escena que ensambla sin forzar la iluminación de Juan Gómez-Cornejo, la escenografía de Monica Boromello y el espacio sonoro de Luis Miguel Cobo. Un brillante equipo creativo que posibilita la creación y ruptura de atmósferas según los niveles de narración.
¿Por qué hay que ver Todas las noches de un día? Porque es función sobre el anhelo de amor, el abandono, la ternura, los recuerdos, la tierra, el autoengaño, la capacidad de amar y las promesas. En fin, una historia madura contada desde una calidez poética, intensa pero contenida.