Hace ocho años, Smiley, una historia de amor nos sorprendió por ser un producto que en aquel momento no se podía comparar con ningún otro de la cartelera. Hacer una comedia romántica con personajes homosexuales era una combinación poco explotada, quizás porque Barcelona (a diferencia de Madrid) no era, ni todavía es, una ciudad donde se estrene mucha producción teatral de temática LGTBI. A esto se sumó un texto fresco y unas vigorosas interpretaciones, cosa que generó un éxito inmediato.
Después de los años, los personajes todavía siguen vivos en la memoria de muchos espectadores. Ahora bien, esta secuela -se puede ver independientemente de la primera, no hay que alertarse- se ha vuelto un poco más oscura y desencantada. Aquí los personajes ya han probado el amor romántico y ya han convivido en pareja, a pesar de que también han probado el desengaño y el desamor. Creo que en esta segunda parte, igual que en la primera, le sobran tópicos que no harían ninguna falta y se mezclan varios estilos de humor, haciendo que en algún caso se pisen entre ellos. Pero sea como fuere, la magia ha vuelto a funcionar. El público sigue enganchado a Àlex y a Bruno, que vuelven a estar interpretados -con las mismas ganas y el mismo ánimo- por Albert Triola y Ramon Pujol.