El pasado 25 de junio se cumplieron diez años del estreno de Ragazzo en la Nau Ivanov. En aquel momento nadie sospechaba de la influencia de una obra que ganó muchos premios, que giró durante ocho años y que supuso el reconocimiento definitivo de Oriol Pla. Ahora se ha creído conveniente rescatarla, y también buscar un actor que pudiera afrontar un reto mayúsculo y gigantesco como este. Viste el resultado, creo que el atrevimiento ha merecido la pena.
Ragazzo es una obra que sale de las entrañas, de la voluntad de explicar una injusticia. La historia de Carlo Giuliani, el activista antiglobalización asesinado en Génova el 2001 cuando se celebraba la cumbre del G8, es la historia de un chico que no entiende la violencia ni la comparte pero que al final acaba siendo víctima de ella. Lali Álvarez explica la cotidianidad del personaje e intenta huir de maniqueísmos o adoctrinamientos. El gran acierto de la obra es interpelar directamente al público y meterlo en medio de la trepidante escena final, donde se hace difícil no sentir el vértigo y la impotencia que generan este tipo de situaciones. Cada cual sacará sus conclusiones y es muy libre de hacerlo. De hecho, no hubo juicio formal al policía inculpado y todavía ahora se desconocen muchos detalles de un caso confuso y muy polémico en Italia.
Pau Bondiez asume la tarea de sustituir a Oriol Pla, que encajó a la perfección en un papel tan exigente físicamente como interpretativamente. Sin entrar en comparaciones, que no son nunca justas ni acertadas, podemos decir que Bondiez se libra a la causa con unas ganas y un empuje que presagian grandes cosas en un futuro muy próximo. Ragazzo requiere energía, pero también control, y el actor parece que lo sabe dosificar muy bien. Quizás habría que vocalizar algo más en determinadas escenas, pero creo que el reto se ha superado y los pequeños escollos se irán puliendo función trás función.