Cuando Giacomo Puccini (1858-1924) compuso Turandot, retrató a través de una trama llena de crudeza, inspirada en un antiguo cuento persa y ambientada en la China milenaria, una princesa sin alma, incapaz de amar, fría e implacable, que vivía recluida voluntariamente por protegerse de un sentimiento que temía. Sólo perdería su virginidad con un hombre de sangre real que resolviera los enigmas que le plantearía. El fracaso supondría la muerte. Dado el caso, y ante su reticencia a entregarse al príncipe que había superado los retos, éste le ofrece una salida: si adivina su nombre antes de amanecer, él morirá. El aria Nessun dorma (“que nadie duerma”) toma entonces el papel protagonista, porque esa noche nadie puede dormir en Pequín. Quien sepa el nombre del príncipe y no lo diga será ejecutado. Liú, la esclava, enamorada del candidato, da su vida por conservar el secreto, en un acto de amor incondicional. El príncipe denuncia la frialdad de Turandot, la besa y le confiesa su nombre: Calaf. Ella, al día siguiente, rendida a su hechizo, anuncia que “Amor” es el nombre del extranjero, dejando paso a un desenlace alegre y emotivo. El amor ha triunfado.
Esta historia, y que Puccini deja la obra inconclusa al morir, justo en el punto del suicidio de Liú, aporta contexto a una obra que reivindica justicia social, que reclama un final diferente a lo que parece escrito. Justamente como distinto podría haber sido el fin de Turandot. Se reclama la compensación de agravios históricos que no pueden dejar a nadie indiferente, y que deberían provocar que nadie durmiera tranquilo mientras la reparación no fuera efectiva. ¡Nesun dorma, que nadie duerma, que tenemos asuntos pendientes!
Eu Manzanares, dramaturga y autora de textos muy elogiados, como Una paret blau-cel, Idoti Iranti, Lo nuestro o Frank, entre otros, revive en esta obra, como escritora y directora, la experiencia de una abuela que vende la su sangre a cambio de dinero o comida para poder mantener a su familia. Esta práctica fue ilícita a partir de 1985, con la aparición de la ley conocida como Salus Populi, cuando ya había enriquecido un verdadero imperio farmacéutico que posteriormente, y paradójicamente, promocionaría, como mecenas, lujosos actos culturales con pretendidos fines filantrópicas, como el que, conociendo su pasado, se lava las manos.
La autora utiliza como alter ego la nieta de esta donante, hija de una mujer de la limpieza que ha aprendido a tragarse el orgullo para salvar la miseria que le dan. A través de la joven, guionista novel, se empeña en destapar las miserias de la familia, pero, a medida que el establishment retoca su texto, ella empodera a sus protagonistas, hasta hacerlo reventar, proporcionando un final alternativo y loco a una historia que parecía cantada, como pudo ocurrir con Turandot si Franco Alfano la hubiera concluido elogiando algo más contundente que el amor (¿la justicia?).
El montaje tiene diferentes ritmos, que dinamizan y sorprenden, enganchan y dan una nueva perspectiva a un espectáculo que comienza a ritmo pausado. Anna Barrachina, emotiva y con un dominio del ritmo dramático que aporta seguridad al montaje, Queralt Casasayas, una clown multifacética, espectacular, Julia Truyol, con una dicción y una puesta en escena absolutamente dominadora, Pep Ferrer, mostrando una capacidad camaleónica que atrapa, y Tai Fati componen un conjunto interpretativo que transmite las sensaciones que el texto contiene, que son muchas. Éste, aderezado con la impetuosa elocuencia de la música de Puccini, gana potencia y mantiene a la audiencia atenta y activa emocionalmente hasta los merecidísimos aplausos finales.