Una de las experiencias más estimulantes y esperanzadoras que nos puede ofrecer la cartelera teatral es ver propuestas valientes y comprometidas nacidas de iniciativas de los creadores más jóvenes. En este caso, My Lowcost Revolution es una arriesgada reflexión sobre la idea de revolución en los tiempos actuales y la frustración generacional que genera el hecho de querer cambiar el mundo y nunca conseguirlo. El espectáculo refleja muy bien la sensación de repetición histórica, de tener que volver a empezar desde cero con cada nueva iniciativa o el desgaste de una lucha sin un rumbo fijo. Francesc Cuéllar, autor y director de esta obra, ya nos había mostrado su faceta de artista comprometido participando como actor en montajes de espíritu similar como la notable Los bancos regalan sandwicheras y chorizos. Ahora, además, demuestra una rica visión de las imágenes escénicas con significado, de la fuerza estética del mal gusto y una impactante creatividad como dramaturgo que lo postula como un potencial nuevo Rodrigo García de La Carnicería Teatro. Su conciencia política, reivindicativa, social y autoproclamada “radical de mierda” no lo exime de afrontar cada segmento con sentido del humor y una honestidad, hacia la realidad y las entrañas del mismo proceso creativo, admirables. Es necesario mencionar, naturalmente, la entrega de sus tres actrices (Paula Sunyer, Angés Jabbour y Glòria Ribera) que aportan la combinación adecuada de ternura, rabia y desinhibición. Siempre que se corre un gran riesgo y un creador se lanza, sin miedo, a probar un montón de ideas nuevas en un espectáculo, asume la irregularidad que provocan las partes que no le acaban de funcionar. A pesar de eso, en este caso, los hallazgos más acertados, por su carácter experimental, son tan sorprendentes y refrescantes que compensan cualquiera de sus momentos fallidos.
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