Sin ningún tipo de duda, este es el espectáculo del momento. Casi desde el primer día, el teatro se está llenando función a función, y no es nada fácil ver llenas las más de 800 localidades de la Sala Gran del TNC. Lo cierto es que Manu Guix i Àngel Llàcer han sabido crear un espectáculo que divierte, te hace feliz durante un par de horas y te engancha con las canciones de un compositor tan saqueado, pero siempre tan efectivo, como es Cole Porter. Toda la parte escenográfica y de vestuario, así como la maquinaria del teatro, funcionan a las mil maravillas… Y cuando parece que ya no se puede pedir nada más, resulta que se ponen a recitar Shakespeare en un supuesto plató de cine, y aquí es donde la cosa se complica. La idea no es mala, pero también completamente gratuita. Y el texto del dramaturgo inglés parece no importar mucho, sobre todo cuando la música para y aflora el drama. En este sentido, la escena de la boda en el segundo acto hace enrojecer un poco, especialmente si recordamos como la resolvían e interpretaban en Amor & Shakespeare… para no ir muy lejos.
La parte interpretativa está bastante descompensada, quizás también porque Llàcer lo confía todo a un reparto muy joven y no deja que ningún actor veterano lleve el peso de la trama. Sólo David Verdaguer y Victoria Pagès aciertan de pleno en sus creaciones, sin caer del todo en el exceso… o bien intentando naturalizarlo al máximo. Y es que el tono general es el de farsa, más que el de una comedia de líos al estilo shakesperiano. Por lo tanto, cuando acaba todo, cuando cae el telón y las luces y los colorines se apagan, sólo se nos plantea una pregunta: «¿Si le sacáramos las canciones y la magnífica escenografía, qué quedaría?»