Con música todo va mejor. Las melodías y las canciones permiten dejarse llevar y olvidarse de todo aquello que puede atormentar. Da esperanza y un mundo nuevo de posibilidades que se extiende ante las personas en los momentos más inesperados.
En el internado “Fondo del estanque” la vida es gris y monótona, reinada por la disciplina y la falta de estimación. Todo cambia cuando llega Clément Mathieu, un profesor substituto que mostrará al alumnado que la música puede cambiar-les la vida. Así, alumnos difíciles o inadaptados descubrirán que pueden tener un futuro.
Con unas voces portentosas se conforma esta producción, una historia sencilla y triste en que surge un rayo de esperanza gracias al amor por la música que une a (casi) todos los personajes. Una escenografía impresionante lo redondea, no obstante, a veces tanto cambio de decorado estorba en la concentración, aunque se entienda la modificación de los espacios en pro de la narrativa.
Además de la música en directo, que siempre engrandece a cualquier musical, la interpretación y la voz de todos los actores y actrices es el gran atractivo de esta obra. Manu Rodríguez dando vida a Mathieu es toda una revelación, hilarante, entregado y muy natural va ganándose la confianza del alumnado y también del público. Pero si ha un reparto que atrapa de manera incontestable es el infantil, los niños y nicas que forman el coro y que, además de contar espectacularmente, dan vida a sus personajes con gran maestría, robando el corazón en más de una ocasión -especialmente Pepín-.
En todo su conjunto, el musical funciona y es emotivo, pero también cuenta con algunas escenas que podrían ser prescindibles para que el ritmo fuera más ágil y la espectadora no se distrajera mirando otros conceptos que no están pasando en la acción del momento.
Deseando poder escuchar al coro más de una vez, el bis se queda corte, pero la magia que deja en el escenario contagia al público en su salida del teatro.