Sergi Belbel dirige la omnipresente Emma Vilarasau, la veterana Mont Plans, premio Margarita Xirgu de teatro, y la joven Julia Bonjoch en un espectáculo que él mismo ha escrito, y que baila entre la comedia y la dura cotidianidad, entre lo privado y lo que se considera público (¿y, por tanto, de todos?), entre la persona y el personaje, entre la realidad de tres generaciones muy diferentes.
Lali Symon nos muestra el debate interno que persigue a una monologuista de gran éxito, una estrella admirada, reconocida y querida, un icono femenino y feminista, y una referencia por miles de espectadores que siguen sus shows en teatros y televisiones. La seguridad y la fuerza que caracterizan a su perfil público contrastan con su vida en casa, donde convive con su madre y su hija, donde se guardan secretos que van más allá de las fotografías guardadas en álbumes dentro de un armario, y dónde están las circunstancias las que llevan las riendas.
Se convierte en un homenaje a una generación de mujeres que lucharon por liberarse del grueso candado del machismo en una época que sirvió para marcar precedentes. Pero también honra a las generaciones anteriores que sólo pudieron vivir sus sueños en secreto, que enterraron los deseos bajo el manto de la intimidad y la oscuridad para protegerlos del escarnio de una sociedad llena de líneas rojas. Mont Plans borda este papel. Imaginativa, mística, soñadora, realista, dura, dulce, comprensiva e implacable. ¡Qué trozo de actriz! Julia Bonjoch muestra solvencia y talento. Si su personaje hace pensar, en clave emocional, en un futuro prometedor, su interpretación también. Emma Vilarasau, que convierte en oro lo que interpreta, actúa con una dignidad y un rigor casi automáticos, asume el rol protagonista con la eficacia a la que nos tiene acostumbrados. Sin embargo, su personaje transita demasiado a menudo durante la representación entre la realidad y la ficción, interpelando al público como haría cualquier monologuista, pero dejando la ventana que abre un poco despiste cuando cambia de registro. Cuesta, en cierto modo, mantener a tono esta distancia focal entre intervenciones con Lali y carcajadas en casa. Es en sí misma una comedia y un drama. A menudo, un espectáculo dentro de un espectáculo. No siempre se mantiene la prudencia y la distancia entre estas dualidades (público-privado, comedia-drama, espectadores en la obra o fuera de ella…), y se produce algún pequeño desajuste que incomoda: risas gratuitas, comentarios fuera por el momento, etc.
La puesta en escena es fantástica, con un contraste entre casa (demasiado simple, ¿quizás?) y escenario (sonido, luz, brillantina…) claro y elocuente. El ritmo es vibrante, bien dosificado, y las sensaciones que transmite están bien vivas. Invitan a la reflexión en torno a la autenticidad. Un ejercicio muy recomendable en tiempos de apariencia, postura y vasallaje al rey TikTok.