Florian Zeller siempre me ha parecido un autor excesivamente sobrevalorado, igual que ya me pasó hace años con Yasmina Reza. Tanto uno como el otro son autores correctos, herederos de la piece bien faite que tanto gusta a los franceses y poseedores de un talento que a veces les acerca a pequeños momentos de genialidad (El padre o Arte, respectivamente). Pero si desnudamos La verdad de la mentira de su artefacto original (los personajes emiten sus pensamientos en voz alta durante toda la obra) nos quedamos solo con una sofisticada comedia de boulevard trufada de tópicos, algunos de ellos incluso ya superados y rayando la incorrección política.
Poner en voz del personaje aquello que pasa por su cabeza, y que es mejor mantener en secreto, no es nuevo en nuestros escenarios. Lo hemos visto otras veces, y siempre da la sensación que frena las acciones y nos escatima reacciones más espontáneas de los otros personajes que hay delante. Si el actor y el texto son bastante hábiles, es fácil adivinar qué pasa por sus mentes sin necesidad de hacerlo tan evidente. Entiendo el artefacto y sospecho que con un argumento más ambicioso o retorcido hubiera tenido cierta gracia, pero con una trama de parejas bastante convencional acaba sabiendo a poco.
Lo mejor de este montaje es su reparto, encabezado por un pletórico Enrico Ianniello. El actor italiano –visto en Filomena Marturano– vuelve a demostrar su talento para la comedia y nos demuestra que cuando uno es un gran actor no hay idiomas ni géneros que impidan verlo.