Nadie sabe cuándo ni tampoco donde encontrará su vocación. Cada uno tiene su ritmo y, a veces, aquello que pensabas que no era para ti acaba siendo tu verdadero deseo. En cierta manera, esta obra habla de eso, de descubrirse a uno mismo y luchar por los sueños sin importar el qué dirán, ni tampoco si tiene sentido o no dentro de tu entorno.
En esta ocasión, María y Susana tienen la epifanía – y nunca mejor dicho- en un campamento de verano regentado por unas monjas. Mientras una descubre que se le aparece Dios y que eso puede ser lo que denominan “la llamada”, la otra se da cuenta que, a veces, lo que quieres lo tienes delante y no lo ves. Dos amigas que se redescubrirán en un fin de semana, y que se ayudarán mutuamente a conseguir lo que quieren. Y a su lado, dos monjas que tampoco son lo que parecen en un principio.
Qué necesarias son obras como La Llamada: te llena de optimismo y de buen rollo, te hace creer que todo es posible y te vas a casa bailando y sonriendo. El teatro, lleno de un público muy entregado, animándose a medida que avanza la trama y las canciones. Muchas caras jóvenes. Todo un placer.
Mención especial al reparto, que lo ha dado todo y que hace soñar al espectador. Especial ilusión la que transmite Roko en su papel de Milagros, que, como ella, nos transporta a un mundo mejor con su actuación y una voz que te hace creer en los milagros. Lucía Gil, para mí, es la gran sorpresa, con un talento innegable para desaparecer detrás de la personalidad de Susana, dando los momentos más divertidos e hilarantes de la obra. Los que habíamos conocido a Nerea Rodríguez en Operación Triunfo ya sabíamos que tenía una gran voz, pero su actuación no se queda atrás y plantea claramente a qué tiene aspiraciones en el futuro. De Mar Abascal y Richard Collins-Moore solo se pueden decir cosas buenas. Abascal borda a sor Bernarda y, en más de una ocasión, quita el protagonismo al resto del reparto. Quiero ver más cosas de esta gran actriz. Dios interpretado por Collins-Moore tiene una elegancia y un sentido del humor británico que hipnotiza desde la primera vez que baja las escaleras. Una presencia propia de una deidad y con una voz que desgarra al público a golpes de notas de Whitney Houston.
El único defecto que se le encuentra, en medio de una escenografía muy cuidadosa y funcional para explicar la historia, es la cualidad dudosa del sonido cuando los personajes cantan sus temas solitarios micrófono en mano. En algunos momentos, no se entiende que están diciendo y hace que el espectador se quede en suspenso durante la trama.
Con todo esto, es una comedia-musical apta para todos, que ayuda a abrir las mentes del público con una combinación perfecta de sencillez en la historia y trabajo encima del escenario.