En un primer momento pensé que esta era una obra más con Nuria Espert en el reparto, sobre todo después de ver unas compañeras de viaje tan potentes a su lado. No me esperaba, por lo tanto, encontrarme casi con un recital de esta actriz de 87 años que se carga el espectáculo a las espaldas y que eclipsa a todo el mundo con un personaje carismático y absolutamente protagonista. Un ejercicio actoral de gran mérito, como los que les hemos visto hacer en ocasiones a Héctor Alterio, Concha Velasco o Lola Herrera (esta última, a punto de estrenar nuevo espectáculo en el Teatre Goya).
La isla del aire está basada en la novela de Alejandro Palomas, en la que cinco mujeres de una misma familia emprenden un viaje a un pequeño islote de Menorca. Allá aparecerán los secretos, y sobre todo los reproches, de toda una vida en común. Una existencia en la que los hombres han jugado un papel importante, pero también bastante nocivo, y en la que la abuela ha ejercido –y sigue ejerciendo- de grande matriarca. Una matriarca que con noventa años ya necesita utilizar pañales, pero que todavía controla el destino de hijas y nietas, da consejos y destila un afiladísimo sentido del humor.
La obra acusa su origen literario casi desde el principio, con las actrices paradas en medio del escenario mientras escuchamos reflexiones en voz alta de cada una de ellas. A partir de aquí encontramos pequeños monólogos –a veces insuficientes para acabar de definir el personaje- y muchos diálogos entre la abuela y el resto de mujeres de la familia. Salen muchos datos y muchas situaciones que quizás en una novela tienen su tiempo para asentarse y desarrollarse, pero que aquí acaban resultando apresurados e incluso caprichosos (el antiguo amante argentino de una de las hijas parece añadido con calzador). Estamos, por lo tanto, ante un texto que no ha llegado como debería al escenario, a pesar de la gran interpretación de Espert y el despliegue de recursos que hace en todo momento. Una brillante interpretación que secundan con corrección Vicky Peña, Teresa Vallicrosa, Miranda Gas y Candela Serrat en medio de un decorado pétreo y excesivamente frío, casi una versión desangelada del que aparece a Fitzroy.