En el 125 aniversario de su estreno, La importancia de ser Frank nos revisita. Como bien dice su director, David Selvas, uno de los retratos más ácidos y divertidos que nunca se han hecho sobre la hipocresía social. Y como el mismo Óscar Wilde definía en lo que vendría a ser el subtítulo de la obra original: una comedia trivial para gente seria.
Para el autor, éste fue el empujón definitivo ya la vez su última muestra de éxito previa al momento más triste de su carrera. La revelación de su homosexualidad comportó su juicio y su condena. Nunca más volvería a pisar el terreno de la comedia.
El juego de palabras, como el juego de existencias y de identidades, es constante en la obra. De hecho, la traducción en catalán del personaje (Frank, el franco) mantiene la paradoja de que la versión original (Ernest, the earnest, el más honesto) planteaba ya desde el mismo título. Y es que justamente lo que falta en toda la trama es la franqueza. Esta forma de jugar con el lenguaje, tan propia de Wilde, aporta una energía a los diálogos, a las intervenciones de todos los personajes, que mantiene la atención del público sin ningún esfuerzo. Conversaciones sin complejos, mordaces y absurdas al mismo tiempo, muestran vidas falsas, montadas en la apariencia y en la formalidad interesada. Hablar por hablar, como dice la canción. A pesar de esta prisión de la forma y la falsedad, el guión se ilumina con la necesidad de libertad de los personajes, que no saben cómo librarse de la trama que ellos mismos han creado. Quieren y no quieren. Sin forzarlo, no cuesta mucho encontrar paralelismos con personajes de pandereta que se las dan de capaces, sobrados, calentando sillas políticas, pero que sólo son simples gorriones hartos (como diría alguien que aprecio muchísimo y que siempre la acierta en comparaciones como ésta). Difícilmente encontrarán éstos el final feliz y esperanzador que la obra reserva, porque han perdido la capacidad de amar.
Las interpretaciones son tan acertadas, el tiempo y el ritmo tan bien utilizados y las escenas tan bien trabajadas que el espectáculo se convierte en un auténtico placer. Una bocanada de aire fresco. Las canciones son fantásticas, bien resueltas en escena, y tan adecuadas … La dirección musical, con un pie y medio en muchas escenas, y la composición de las piezas son dignas de elogio. Aunque es una obra coral, y que el equipo se equilibra y potencia las individualidades, hay que celebrar el talento de Paula Jornet, en las facetas interpretativa y musical, la gracia y la energía de Ferran Vilajosana y Paula Malia y, sobre todo, por encima de todo, la grandeza y excelencia de una Laura Conejero que convierte en oro todo lo que toca, sea del tamaño que sea. Me declaro un fan absoluto.
Como siempre, y como se le pide finalmente a una comedia, y más si te ha hecho deambular por los ásperos caminos del engaño y la mentira, el amor acaba triunfando, los muros artificiales acaban hundiéndose y los disfraces desaparecen. En el fondo, todo el mundo necesita autenticidad.
Y es entonces cuando ya no importa lo que parece, sino lo que es, el amor tal y como viene, y eso no se elige ni tiene una explicación sencilla.
Tal vez no lo entiendas, pero me da igual …