Una ingeniosa premisa sirve como punto de partida para esta comedia sobre el uso del lenguaje: Una mujer casi analfabeta sufre una especia de posesión por parte de la RAE que la lleva a expresarse de forma tremendamente elevada y a no tener ninguna tolerancia por los errores lingüísticos, cosa que la aparta de su círculo más cercano y le imposibilita ser feliz.
La obra transcurre en tiempo presente y el público asiste a una especia de terapia de conversión de esta mujer para recuperar su identidad anterior. Ambos intérpretes, María Adánez y José Troncoso, defienden sus papeles con nota y mucha complicidad entre ellos. La escenografía parece un plató de televisión, con una tarima retroiluminada y una pantalla donde se proyectan algunas imágenes que refuerzan esta idea de experimento público.
Esta comedia con tintes de absurdo aprovecha para regocijarse en cada rincón del lenguaje: eufemismos, anglicismos, citas literarias… A partir de esta premisa absurda Ernesto Caballero nos habla del uso del lenguaje, de su degradación pero también del exceso de corrección. De como el conocimiento puede convertirse tanto en una virtud como en una pesada carga.
Es un texto muy ingenioso, con mucha tensión cómica y con dos interpretaciones para recordar.