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La Cubana: L'amor venia amb taxi

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La Cubana: L’amor venia amb taxi → Teatre Romea
06/10/2025 - Teatre Romea

El último montaje de La Cubana es un homenaje a la historia del teatro popular y, al mismo tiempo, una celebración de la propia trayectoria de la compañía. En esta nueva aventura, el grupo recupera una comedia de enredos de Rafael Anglada —un autor muy presente en los escenarios amateurs de la segunda mitad del siglo XX— y la convierte en un espectáculo lleno de música, humor y picardía. El resultado es fiel al estilo característico de La Cubana: una mezcla de descaro y ternura que conecta con el público desde el primer minuto.

La compañía, fundada en 1980 en Sitges bajo la dirección de Jordi Milán, ha sido siempre una rara avis del panorama teatral catalán. Su sello se ha basado en el juego con las convenciones teatrales, en el acercamiento constante al espectador y en un uso del humor que combina la ironía con lo cotidiano. Desde esas primeras acciones teatrales en la calle hasta grandes producciones como Cómeme el coco, negro, Cegada de amor o Campanadas de boda, La Cubana ha mantenido un espíritu colectivo y festivo que ha convertido cada uno de sus espectáculos en una experiencia compartida.

En esta ocasión, la elección de un texto arraigado en el teatro de aficionados tiene una carga simbólica evidente. Muchos de los integrantes de La Cubana, como tantos otros actores y actrices profesionales, se iniciaron en grupos amateurs. Revisitar este material es, por tanto, una manera de reconocer las raíces y reivindicar un tipo de teatro que a menudo ha quedado a la sombra del profesional. Pero La Cubana no se limita a hacer arqueología: toma la pieza y la transforma en un musical a su manera, con canciones que amplifican las emociones y un ritmo que combina la comedia clásica de enredos con la sorpresa constante.

Es también, a la vez, un homenaje al teatro de variedades y de revista del siglo pasado en nuestro país, vigente en la memoria de varias generaciones y que ha marcado, de alguna manera, el carácter de una ciudad que había latido al ritmo del Paral·lel y el music-hall durante la época más dura del franquismo, y que había sabido resistir la censura con humor.

La escenografía juega con la idea del artificio y la ilusión, como si fuera un gran juguete que se despliega ante los ojos del espectador. Los colores vivos, los rápidos cambios de decorado y los efectos inesperados crean un universo visual que recuerda la alegría de los musicales antiguos, pero con un pulso contemporáneo. El vestuario y maquillaje contribuyen a potenciar el carácter caricaturesco de los personajes, que se mueven entre la exageración y la complicidad directa con el público.

El reparto, formado por actores y actrices habituales de la compañía y nuevas incorporaciones, muestra una gran cohesión. Todos ellos comparten un mismo sentido del ritmo y de la comicidad, indispensable para sostener un espectáculo coral en el que el humor nace a menudo de la sincronización y del juego colectivo. Las escenas musicales destacan por la energía y la frescura, sin caer en la sofisticación excesiva: su función es hacer participar, contagiar entusiasmo y mantener al público atento y activo.

Uno de los rasgos que más define El amor venía en taxi es la capacidad de La Cubana para implicar al espectador. Romper la cuarta pared, jugar con la espontaneidad, invitar al público a formar parte de la broma. Todo esto, lejos de ser un recurso anecdótico, es la esencia de su teatro. Aquí vuelve a estar presente, y consigue que la sala se llene de risas compartidas y de una sensación de fiesta colectiva que va más allá de la trama.

A veces, entre tanta locura, el argumento se diluye bajo el peso del despliegue musical y hay escenas que podrían recortarse sin perder fuerza. Pero estas pequeñas irregularidades no quitan valor a la experiencia global, que es la de una compañía que sigue fiel a sí misma y al mismo tiempo sabe reinventarse.

El amor venía en taxi es un espectáculo que divierte y emociona, que rinde homenaje al teatro amateur y al mismo tiempo celebra cuarenta y cinco años de trayectoria cubana. Es un recordatorio de que el teatro puede ser una fiesta popular, un lugar en el que todo el mundo tiene cabida y donde el humor sirve para sobreponerse a menudo al peso de las adversidades.

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