Estamos ya muy acostumbrados a que los actores y las actrices hagan obras sobre ellos mismos. La autoficción se ha impuesto en nuestros escenarios, especialmente en las salas de proximidad, quizás porque resulta económico y práctico y porque cansados de esperar propuestas es mucho mejor lanzarse a la piscina de uno mismo y bucear en aquello que puede resultar atractivo y teatral. En algunos casos hay una necesidad imperiosa de explicar un hecho trágico, traumático, a veces incluso denunciable… Hemos visto ya historias de todo tipo, y algunas se sitúan en terrenos menos crípticos… a pesar de que también puedan resultar dolorosas. En el caso que nos ocupa se habla del éxito, e inevitablemente del fracaso o la desilusión. Emparentada en cierto modo a El chico de la tele, estrenada en la Flyhard en 2016, Jump nos trae la historia de un joven que mira atrás y analiza el éxito conseguido en la adolescencia desde la perspectiva de ahora mismo.
Muchos recordarán todavía a Toni de Pulseres vermelles, pero de aquello ya han pasado más de 10 años y la realidad de ahora mismo de muchos de aquellos jóvenes actores es muy diferente. Marc Balaguer nos explica, sin entrar en detalles ni nombrar nunca la serie, como fue su infancia y como triunfó casi sin quererlo. Y nos lo explica a través de una frustración, o mejor dicho de un metáfora: el miedo a saltar el plínton. Esta práctica deportiva, tan habitual en las clases de gimnasia de hace unos años, sirve para imaginarnos las dificultades, las barreras… pero también la cumbre y el inevitable descenso.
Jump se presenta con un formato atractivo, ya sea por la vibrante y entregada interpretación de Balaguer como por el magnífico trabajo de iluminación de Raul Estany. El resultado final, sin embargo, resulta insuficiente. Quizás porque hay partes del guion que quedan poco explicadas, quizás porque hay saltos narrativos inesperados o quizás porque el tema en si no acaba teniendo el peso necesario ni la enjundia que haría falta para mantener el interés y acabar con el final épico que se le presupone. Aun así, el público pasa un buen rato y disfruta con un buen actor que todavía tiene mucho por explicar en los escenarios.