Jan Fabre es un artista belga que ha tocado casi todos los palos del mundo del espectáculo: dramaturgo, director de escena, coreógrafo, diseñador, etc. Es por esto que sus espectáculos son difíciles de catalogar, ya que a menudo se acercan más a la performance que al teatro convencional. En Belgian Rules hace una disección de cuatro horas de su propio país, y también de sus conciudadanos. Un retrato nada amable ni complaciente, que empieza con toda una declaración de intenciones: un borracho se dirige al público y, cerveza en mano, comienza a contar la historia del país. De hecho, las cervezas serán un leit motiv del espectáculo, junto con los erizos -una de las maneras de representar el carácter de los belgas- y las palomas, un pájaro muy preciado por aquellas tierras. A partir de ahí, un montón de imágenes subyugantes, inquietantes, que nos transportan a un mundo surrealista e, incluso, onírico. Una buena manera de pasar por encima de la historia, las costumbres y las tradiciones, siempre con la mirada ácida de su creador. En este sentido, no faltan referencias a la corrupción, la ineficacia política, la pedofilia y la industria armamentística, entre muchos otros. Unos temas que aparecen generalmente con toques de humor, y con grandes números musicales que se van alternando con divertidos monólogos. Y todo esto … en cuatro horas de teatro avasallador, desbocado. Un alud de energía y buenas ideas interpretado por quince virtuosos artistas que no desfallecen en ningún momento.
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