Hacia el Gran Cañón por carreteras secundarias

Grand Canyon

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Grand Canyon → La Villarroel
18/07/2025 - La Villarroel

Grand Canyon es un montaje impactante porque parte de una arquitectura dramática sobria pero potente, y porque el equipo creativo le trata con respeto y contundencia. Es una obra que remueve, que incomoda. Su poder radica en la combinación de un texto cargado de objetividad y una dirección que escucha a cada personaje.

Pedro Arquillué, conocido primero como actor protagonista en montajes tan memorables como Un Déu salvatge —que él mismo dirigió— o producciones destacadas del repertorio clásico y contemporáneo, demuestra aquí su evolución y madurez como director. Grand Canyon es su segunda dirección destacada y Arquillué confirma que domina el ritmo y el alma del teatro: sabe jugar con la tensión y los silencios, deja respirar las escenas y confía en la fuerza emocional de los intérpretes. Es un teatro de mirada profunda, sólo aliñada con los artificios que el guión demanda, quizá de forma excesiva en el último cuarto de la historia.

Todo esto lo sostiene el trabajado texto de Sergi Pompermayer, dramaturgo reconocido por espectáculos como Llum de guàrdia, Temps salvatge y, sobre todo, por Amèrica (2022), con el que inició una trilogía que explora la memoria colonial y las tensiones socioculturales. Grand Canyon es su continuación natural y amplía el alcance del debate hacia las zonas rurales. Pompermayer se mueve con habilidad entre la tragedia íntima y la denuncia social, construyendo personajes humildes que hablan con una verdad que trasciende al contexto: son reflejo de una sociedad con heridas abiertas. El texto evoluciona de forma casi natural, bien acompasada, pero se revoluciona, ya partir de un punto concreto pierde un poco el norte con decisiones descontextualizadas y espacios oníricos demasiado largos.

El reparto es coral. Joan Carreras da vida a Pere, un hombre de edad media que soñó con convertirse en estrella del rock y recorrer la Ruta 66, hasta el Gran Cañón; pero ahora se enfrenta a un grave problema irresoluble ya la brutal constatación de que su paso por la vida ha sido poco más que inocuo. Carreras transmite este abismo interior con una actuación llena de silencios y profundidad. Mireia Aixalà encarna a Angela con una sobriedad rellena de matices, una mujer acostumbrada a contener sentimientos ya resistir. Maria Morera, en cambio, imprime energía a Ruby, joven rapera que representa la voz de una generación reivindicativa e inquieta. Y Mar Pawlowsky, como en Tatiana, crea una presencia extranjera pero pertinente, con una mirada aguda y casi poética sobre la realidad que le rodea. Completan esta comunidad Guillem Balart, espectacular, y Eduard Buch, efectivo, todos ellos en papeles que aportan profundidad al conjunto.

Estamos en la Catalunya rural y todo comienza una noche de verano, cuando un accidente mortal en una carretera sacude al pueblo. Una prostituta inmigrante es testigo, la joven Ruby se enfrenta a la justicia por el contenido de sus canciones y, en casa, Pedro recibe un diagnóstico que le hace darse cuenta de que su vida ha pasado sin dejar rastro. Y es en ese momento que sale la metáfora del Gran Cañón: un abismo emocional que separa lo que somos de lo que habríamos querido ser. Pero también una posibilidad simbólica de empezar de nuevo, y de mostrar que los sueños pueden derribar paredes.

La escenografía de Max Glaenzel refuerza la idea de desarraigo, de desequilibrio emocional. de carretera secundaria, como las vidas de los personajes. El vestuario de Bárbara Glaenzel, la luz de Jaume Ventura y el paisaje sonoro de Damien Bazin completan esta atmósfera de inestabilidad y vértigo, reforzando la sensación de que todo puede hundirse en cualquier momento.

La obra combina un realismo emocional intenso con una mirada metafórica que articula la historia individual con una lectura colectiva y crítica de nuestra realidad. Es un montaje que no da consuelo, que no promete finales fáciles y exige un público valiente y predispuesto. Pero, en recompensa, ofrece una experiencia teatral penetrante e invita a reflexionar sobre segundas oportunidades, sobre fracasos compartidos y sobre la fuerza silenciosa de los gestos cotidianos.

Grand Canyon no es sólo una gran obra por la calidad de su factura, sino por la suma de dos trayectorias artísticas clave: la más reciente de Pere Arquillué como director y la voz consistente de Pompermayer en el teatro contemporáneo. Una cita imprescindible para quien quiera vivir un teatro valiente, honesto y capaz de ponerse detrás del vértigo de un abismo autoimpuesto.

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