Este clásico de Samuel Beckett presenta una distopia, escalofriantemente real, en el que unos personajes viven confinados en un mundo postapocalíptico. Un texto que se llena de significado tras los años de pandemia. Aunque el autor lo escribiera en relación a la posguerra de la Segunda Guerra Mundial, es inevitable percibir una capa profética en la actualidad. Y es que más allá de la experiencia de confinamiento, la idea de final que plantea la obra se siente hoy más próxima que nunca.
Pero Beckett siempre quiso hacer humor incluso con la mayor de las catástrofes. Tal y como dice el personaje de la madre “nada es más gracioso que la desgracia”. Con esta premisa cómica nos adentramos de la mano de Sergi Belbel en este mundo tan propio del autor irlandés; un mundo abstracto, metafórico, lleno de humor negro y ácido que, aunque a menudo no resulte fácil de digerir, nos invita a abrazar la absurdidad y la tragedia de la condición humana.
De este modo, sin mayor acción ni objetivo, la obra nos lleva a través de unas corrientes de pensamientos e ideas un tanto inconexas mientras los cuatros personajes, magistralmente interpretados por Jordi Bosch (Ham), Jordi Boixaderas (Clov), Jordi Banacolocha (Nell) i Margarida Minguillón (Nag), matan el tiempo y esperan, confinados, la llegada del fin. Dos de los personajes, de hecho, están doblemente confinados por encontrarse atrapados en unos cubos de basura; otra capa profética más del texto sobre lo que haríamos con nuestros ancianos. La puesta en escena remarca esta idea de apocalípsis con un telón deteriorado que cuelga a media altura y nunca acaba de subir del todo, dejando claro que el final es ya inminente.