Al acabar la función y en la salida del teatro se oían comentarios exclamativos que escondían cierta incomprensión o, incluso, sorpresa. Lo más interesante es que casi 65 años después de su publicación, Final de partida continúe sorprendiendo… y provocando. Nadie negará que los textos de Beckett son complicados, quizás porque el espectador se empecina en encontrar respuestas cuando en realidad están para que nos formulemos preguntas. Además, Samuel Beckett no era muy amigo de buscar contenidos profundos en sus obras. Decía que detrás de sus palabras no había enigmas ni soluciones, y que «para cosas tan serias ya están las universidades, las iglesias, los cafés, etc.»
En esta obra, como en tantas otras del autor, se habla en general de la condición humana… a menudo en un mundo incomprensible y devastado. Aquí tenemos unos personajes totalmente dependientes los unos de los otros, o de las circunstancias que les toca vivir. Hamm está ciego y no se puede levantar de su silla, mientras que su sirviente Clov no se puede sentar y está condenado a estar de pie, incapaz de liberarse de la servidumbre que ejerce en la casa desde no se sabe cuándo. Los otros dos personajes, padres de Hamm, no tienen piernas y viven en unos cubos de basura. Volvemos, pues, a la inmovilidad como símbolo y casi como leit motiv del autor, al igual que la mujer enterrada de Días felices o los protagonistas de Esperando a Godot, condenados a no escapar nunca de su destino. Todo esto crea en el espectador un desasosiego que quizás no sabe cómo canalizar, pero que lo impregna durante toda la pieza.
Sergi Belbel, que ya se ha enfrentado a Beckett en otras ocasiones, hace un montaje respetuoso y muy calculado. Opta por una puesta en escena apocalíptica, marcada ya por el telón rasgado y renegrido, y una interpretación que juega con el clown y el teatro del absurdo, aunque la obra no se adscriba a ninguna categoría. De hecho, se trata de un juego escénico, y como tal todos los actores se entregan con ganas. Jordi Bosch y Jordi Boixaderas demuestran ser aún dos actores capaces de todo, mientras que dos veteranos como Jordi Banacolocha y Margarida Minguillón cumplen perfectamente con sus roles secundarios.