La poesía de nuestros infiernos

Fàtima

Fàtima
22/07/2022

Jordi Prat i Coll ejerce de nuevo de dramaturgo y director teatral después de la exitosa Me debería pagar, estrenada en el festival Temporada Alta en el 2020. Y lo hace con un guión y un espectáculo realmente impresionantes.

Un retrato de la Barcelona oscura que podría vivirse una noche en nuestro Raval hecho desde la mente de una chica que transita por las curvas de la incertidumbre, de la duda vital. Una chica que se mueve con incomodidad, a pesar de su ademán valiente, y con ansia de descubrir una brizna de autenticidad vital a través del encuentro con diferentes personajes. Cada uno de ellos le muestra la aparente miseria y, a la vez, la poética esencia de su existencia, y ella recoge todo lo que puede. Pero la realidad es seca y desagradable, y, por encima de todo, violenta.

La interpretación de la Queralt Casasayas es mayúscula, sorprendente, estimulante y desesperante. Llega a la audiencia de forma feroz, y lo acapara todo. Magnífica. El acompañamiento es excelente, y los roles de los personajes que rellenan la experiencia de Fátima sorprenden por poderosos. Especialmente la gaviota (Tilda Espluga) y el gato (Jordi Figueras), con un toque underground que rompe imágenes estereotipadas. Las aportaciones del camello (Sergi Torrecilla), de un policía que no puede esconder sus deseos (Albert Ausellé) y de una compañera de piso que exhibe toda su energía en una última escena espectacular, completan un paisaje ciertamente desesperante. El texto se muestra desnudo, directo. Las repeticiones de frases, de sintagmas, vertidas tal y como mana porque la situación invita a hacerlo viste de una naturalidad incómoda cada escena. Te inquieta, te incomoda, te hace pensar si éste es un mundo vecino al tuyo, si los misterios del cerebro pueden darte pasear por la cuerda floja, a ti también, en algún momento. Si, en definitiva, vivimos de espaldas a realidades y situaciones con las que cohabitamos.

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