No es la primera vez que tratamos de adoptar un director o dramaturgo argentino avalado por el éxito de una obra que, haciendo gira internacional, ha hecho parada en Barcelona llenando de aire fresco nuestra cartelera. Pasó con Javier Daulte o Daniel Veronese y, probablemente, vuelva a pasar al futuro con otros como Nelson Valente (El loco y la camisa). En el caso de Claudio Tolcachir, fue La omisión de la familia Coleman su flamante carta de presentación de la que la actual Emilia extrae y repite algunos de los puntos fuertes de su temática. Así, las conductas disfuncionales, la muerte, la dependencia o la incomunicación vuelven a formar el eje central de este drama, con menos humor pero mucha más carga poética. El problema es que los actores de aquí (catalanes o madrileños) no funcionan de la misma manera que los argentinos. No es una cuestión de calidad o talento sino de una particular filosofía interpretativa muy arraigada a Buenos Aires y difícilmente exportable. Los actores de Emilia hacen un gran trabajo (aunque Malena Alterio se muestra baja de energía en algunos momentos) pero, en conjunto, el montaje no deja de tener el espíritu argentino… atrapado en un marco que no le corresponde. Afortunadamente, dejando de lado estas sutilezas metafísicas, la historia que plantea es interesante y turbadora. Narrada con muchos matices, lo mejor de la propuesta es el punto de vista elegido: la figura de una mujer como espejo de todo el amor insano y el dolor del personaje central. Con esta intencionalidad casi psicoanalítica, está diseñada también la sugerente escenografía, iluminada con buen gusto. De esta manera, Tolcachir vuelve a diseccionar con gran inteligencia emocional el corazón y los fantasmas de una familia que, a pesar de sus peculiaridades, podría ser la nuestra.
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