Comedia representada en todos lados durante casi 30 años, es un valor seguro para conseguir que el público ría irremediablemente con el ritmo frenético que tiene el texto durante toda la producción. Y, quizás, este ritmo es el que salva especialmente esta versión de la obra.
La trama es conocida, uno de los protagonistas forma parte de un grupo de amigos que cada semana organizan una cena donde invitan a una persona idiota, o lo que ellos consideran como tal. Y la velada consiste en reírse de este idiota. Hay una especie de competición para conseguir el campeón de todos. La historia que se nos narra en el texto empieza cuando el protagonista tiene un ataque de lumbago y no puede ir a la cena, pero se encuentra con el idiota en cuestión en cada con quien había quedado antes para tomar algo y conocerse. Lo que tenía que ser una noche más, acaba liándose hasta cuotas insospechables de confusión.
Artur Busquets es la razón principal para ver esta producción. Su capacidad de hacer comedia con un rictus impertérrito, como si no pasase nada, con una contención envidiable -sobre todo para aquellos con los que comparte escenario- es increíble. Cada vez que interviene en el texto -y que enreda un poco más la trama- el público contiene el aliento porque sabe que será una explosión de talento.
El resto del reparto hace su parte encajando completamente cada pieza del rompecabezas, aunque, al mismo tiempo, siendo el marco donde Busquets brilla.
El texto es ingenioso y tiene en su ritmo la llave para que el público se contagie de la risa de la situación anterior con la presente y la próxima. Se trata de un cúmulo de situaciones que no dejan respirar y consiguen su objetivo, aunque, a veces, de manera un poco tramposa.
Teatro divertido y con un reparto que se lleva todo el mérito, pero que quizás se tendría que empezar a revisar si es necesario respectar el texto completo o se puede hacer una nueva versión.