Esta obra ya era incómoda cuando se estrenó, ahora ya hace más de 12 años, y lo continúa siendo en la actualidad. Las redes sociales, la cultura de la cancelación y la rapidez de las noticias –especialmente las negativas- hacen que el argumento que se gestó en aquel momento en la Sala Beckett siga vigente e incluso más vivo y más creíble. Y es que el texto de Josep Maria Miró, multipremiado y muy traducido, hace una radiografía excelente de todo lo que puede llegar a inocular el miedo en nuestros cerebros… cada día más expuestos a suposiciones, sospechas y falsas noticias.
La obra de Miró tiene la virtud de no explicarnos más de la cuenta y de sembrar una serie de comentarios (todos los que hace el protagonista a su compañero en el vestuario) que nos hacen dudar y caer rápidamente en el prejuicio. Todo esto dentro de una estructura dramática que juega con la repetición de escenas pero desde puntos de vista opuestos. Una estructura que quizás puede haber pasado un poco de moda pero que sigue funcionando y que permite un juego escénico muy agradecido.
El reparto jugaba en contra del recuerdo que dejó la primera versión (Rubén de Eguia, Roser Batalla, Santi Ricart y Albert Ausellé) pero creo que finalmente se ha salido del trance con nota. Juntos construyen un conjunto bastante homogéneo, del que destaca de forma natural un muy acertado y vulnerable Marc Tarrida. Y ya por último, destacar también el interesantísimo y sugerente espacio sonoro creado por Guillem Rodríguez, que crea en el público el mismo desasosiego que viven los personajes.
