El gran mérito de Nao Albet y Marcel Borràs es la libertad que siempre han tenido para hacer el teatro que les apetecía. Sin ligarse a nadie ni a ninguna idea preconcebida, llevan ya 15 años llenando los escenarios con monjas asiáticas, filósofos, skaters, atracadores o falsificadores de arte. Se les ha catalogado de gamberros o incendiarios, pero detrás de la estridencia o el disparate encontramos un dominio cada vez más grande de la dirección escénica. Sus ideas parecen no tener fin, ni fronteras, y ya hartos de hablar de mil y una cosas… ahora hablan de ellos mismos. Y lo hacen, como no podía ser de otra manera, sin filtros y con toda la desvergüenza del mundo… aunque esta autoficción posiblemente tenga más de ficción que de otra cosa. En engañar y manipular al público también tienen mucha experiencia, y esto es muy interesante puesto que está claro que cuando alguien se sienta en una butaca de un teatro tiene que ir dispuesto a que lo engañen. El teatro es así; no hay otra.
El montaje empieza con el escenario prácticamente vacío. Solo hay dos mesas de luz y sonido, una a cada lado del escenario. Desde allá, cada actor defenderá su verdad y, a la vez, manipulará supuestamente los sonidos y la iluminación de todo el espectáculo. Son dos rivales, dos personas que hartas de trabajar juntas han decidido separarse y echarse los trastos a la cabeza. Los primeros reproches parecen suaves, pero a medida que el ego se calienta las acusaciones son cada vez más personales y más fuertes. A la vez, repasan su carrera de forma cronológica, hasta llegar al momento actual… que podría ser el final del espectáculo pero que no lo es. De hecho, toda la segunda parte es una aproximación al futuro de los dos actores y directores. Cómo podría haber sido su vida de seguir juntos? O de seguir separados? Qué les depararía el futuro? Cómo aguanta el ego tantos y tantos años de profesión? Qué es un cáncer de ego?
El gran acierto del espectáculo es la reflexión sobre la profesión, sobre el peso de la personalidad en todas las decisiones artísticas. Estamos ante una cura de humildad, pero también ante un retrato impúdico del mundo del teatro. Hay muchas cosas dentro de este ejercicio aparentemente banal y anecdótico. Evidentemente hay estridencias y golpes de efecto (la parte final es un claro referente a otras obras suyas) pero posiblemente sea su montaje más puro y honesto. A pesar de las mentiras, que las hay, el montaje transpira verdad y madurez. Esperemos que no sea el último. No nos podemos creer que sea el último, a pesar de que de estos dos uno puede esperar cualquier cosa…