El compositor estadounidense David Lang reinterpreta Fidelio, de Ludwig van Beethoven (1805) en la ópera Prisoner of the State, un clamor contra los presos políticos que permite múltiples miradas: la esclavitud y la servidumbre en la evolución de los tiempos, el precio de la disidencia, el uso del poder, el dominio de las minorías, la situación política actual, también en nuestro país… Incluso el vasallaje a un determinado sistema económico que genera una esclavitud inconsciente, sin cadenas visibles. La dificultad en la salida del engranaje, donde los intereses de quienes ocupan los diferentes escalones de poder hacen más fuertes los eslabones de la cadena a romper, es subyacente en una versión eminentemente más política que la obra clásica. Lang ha investigado en torno al sistema penitenciario de su país, procurando reflejar los resultados de su investigación en una reflexión directa y contundente sobre el uso de la condena como medida de control social.
En la trama, Leonora busca su antiguo amor, encarcelado injustamente, y se hace pasar por vigilante de la cárcel. El gobernador, un tirano sin escrúpulos que trata de satisfacer a los mandatarios por interés personal, manda al carcelero que ponga fin a la vida del prisionero y el drama está servido. Sin embargo, David Lang pone en juego el romanticismo de la obra original (de las pocas cosas que recupera) para darle un giro, y la reflexión sobre los acontecimientos cierran el espectáculo de una forma sublime.
La coproducción internacional (el Barbican Center de Londres, el De Doelen Concert Hall de Rotterdam, la Filarmónica de Nueva York, la Orquesta Sinfónica de Bochum, el Concertgebouw de Brujas, la Ópera de Malmö y el Auditori de Barcelona) ofrece una idea de la magnitud del proyecto. En el escenario del Grec, la interpretación ha corrido a cargo de la Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Catalunya, con la dirección de Ludovic Morlot, el corazón de hombres del Cor Jove del Orfeó Català y del Cor de Cambra del Palacio de la Música. Como solistas, la soprano Claron McFadden, Jarret Ott, Davóne Tines y Alan Oke. El virtuosismo de los intérpretes y la calidad y complejidad de la composición, con la orquesta como elemento escénico, se unen en un conjunto rico y particular gracias a la solvencia de uno de los compositores más importantes del mundo. Todo un privilegio.