Encontrar un personaje parapléjico o tetrapléjico en una obra de teatro es realmente difícil, a pesar de que haya ejemplos más o menos conocidos: El dret d’escollir, L’alegria, etc. En Cost de vida -obra ganadora del Pulitzer el 2018- encontramos dos personajes con esta condición, a pesar de que el tema principal sea algo más abstracto que no el problema físico. De hecho, en la obra se habla de como una diferencia puede acabar uniéndonos y hacer que estemos conectados al otro, por encima de barreras y de prejuicios. También habla de los cuidadores, de los vínculos que se establecen, de la ayuda mutua, de como remontar unas vidas rotas… Del amor, en definitiva. Y encima lo hace con humor, porque Martyna Majok –la autora del texto- sabe imprimir ironía y un toque de esperanza a las dos historias que, poco a poco, van cruzándose y mezclándose. Unas historias que en otras manos habrían derivado hacia el tremendismo y que aquí se viven con cierta naturalidad.
Cost de vida empieza con un monólogo en la barra de un bar. Eddie, el personaje principal, habla con un interlocutor que no vemos y le explica parte de su vida. Escuchan juntos las noticias de la televisión, beben juntos, se dicen las verdades que el otro quiere oír y finalmente brindan por estar en un lugar seguro y lejos de los problemas que cargan encima de los hombros. A partir de aquí conoceremos la historia de Eddie, para recuperarla al final… cuando todo lo que ya hemos visto nos hace tener una idea diferente del personaje. Porque si la primera y la última escenas –secuencialmente unidas- hubieran ido una detrás de la otra, la impresión que habríamos tenido del protagonista habría sido realmente preocupante.
La obra va solapando constantemente dos historias, que no son del todo paralelas… como ya comprenderemos al final de todo. Eso sí, las historias se complementan y van preparando unos personajes que, sin estas vivencias, nunca se habrían encontrado ni tampoco comprendido. Y en su piel tenemos a un Julio Manrique pletórico, felizmente recuperado para la interpretación; una Anna Sahun mucho más luminosa que en otras ocasiones, a pesar de las dificultades del personaje que interpreta; un Pau Roca realmente espléndido, alardeando de un trabajo corporal muy eficaz; y finalmente una Katrin Vankova que supone una más que agradable sorpresa. Cuatro grandes actores, pues, a las órdenes de un Pau Carrió que la vuelve a acertar de lleno en La Villarroel, donde ya le vimos Classe y Començar.