Las antípodas son, por definición, la parte de la Tierra que se sitúa en el otro extremo del mismo diámetro. Podría englobar a Nueva Zelanda y Australia, en nuestro caso. Cuando utilizamos el término en clave humanística y no geográfica, nos referimos al espacio mental donde se ubica el individuo que piensa o actúa de forma totalmente opuesta a la nuestra. En Australia, la obra con la que el Israel Solà se estrena como autor en solitario tras su recorrido por la compañía La Calòrica, ambas acepciones se unen para tratar el concepto de familia. Y es que las tres hermanas protagonistas ponen en juego, en el otro jefe de mundo, caracteres muy diferentes producto de sus trayectorias vitales, y se hacen conscientes del desgaste que el tiempo y la distancia ha provocado en una relación que había sido muy estrecha antes de entrar en el laberinto de la edad adulta.
El guión, brillante, ágil y bien cosido, presenta una comedia dramática en formato road trip, y surge de un hecho real cercano al autor. La idea, el hecho de viajar al otro jefe del mundo para dar un óvulo a una hermana para que pudiera ser madre, plantea por sí sola dudas, incertidumbres y disquisiciones suficientes para entretener mentes inquietas en largas horas de conversación.
Ester Cort, Meritxell Huertas y Carme Poll trabajan de forma excelente los rasgos de personalidad de las tres hermanas, y el entendimiento es magnífico. Las alternancias en los diálogos, la naturalidad del gesto, de cada movimiento, y la pasión que esconde cada personaje se convierten en un regalo para el espectador. Brian Lehane, en su papel de australiano nativo, acompaña y suaviza, da pie a las tres actrices y sirve de contrapunto en momentos en los que la energía de la escena parece apagarse o, por el contrario, excederse se. Pienso que hubiera sido interesante que el guión potenciara a este personaje. Él también desempeña un papel en la situación, ya menudo fluye casi como invitado. Su inglés y los diálogos con su pareja en este idioma aportan realismo y un toque de comedia que se adapta perfectamente al conjunto.
La escenografía es sencilla, compuesta básicamente de imágenes que se extienden o pliegan como cortinas, se cuelgan y descuelgan por parte de las actrices en pequeños paréntesis a luz abierta. Tan completa resulta la actuación, que la escenografía no acompaña. En mi opinión, se queda corta. Los cambios en directo tampoco suman, más bien estorban, y lo que se gana no es necesario.
En definitiva, Australia hace sonreír y hace pensar, te absorbe e incluso te hace llorar. Te invita a sumergirte en una relación a tres bandas que podría imaginar cerca. Y te plantea dilemas que, de entrada, parecerían conducir a un posicionamiento claro, por cariño y por la aparente inocencia de un gesto. Pero todo puede cambiar, como en el texto, a medida que la obra avanza. Y es que… ¿quién se atreve a definir familia?