Max Frisch es uno de los dramaturgos suizos en lengua alemana más conocidos en su país, pero en Cataluña se le ha leído poco y se le ha representado menos. Por lo tanto, este montaje viene a ser un reconocimiento y a la vez un homenaje a un autor al que le gustaba hablar de la identidad, la responsabilidad y el compromiso político y social. En Andorra, una obra del 1961, se habla justamente de todo esto, y se hace en el marco de un país inventado (nada que ver con el principado pirenaico) en medio de un conflicto bélico que bien podría ser la segunda guerra mundial. Aun así, la supuesta neutralidad de la que se habla y la ejemplaridad de un país pequeño, bonito y modélico –quizás solo en apariencia- podría apuntar perfectamente en la Suiza natal del autor…
La obra de Frisch empieza con una exposición de los hechos que quizás avanza con timidez, pero que hacia el final se aventura rápida e irremediablemente hacia la tragedia. A ratos uno parece estar en una pieza de Ibsen o incluso en una de Dürrenmatt, otro suizo célebre y comprometido. La dirección de Ester Nadal, sin embargo, no acaba de estar del todo cómoda a la hora de afrontar un texto que tiene vocación grandilocuente pero que hay que combinar con escenas íntimas y delicadas. El conjunto acaba siendo irregular, y ni la fuerza de las últimas escenas consigue levantar del todo el vuelo. Aun así, las partes videográficas y algunas interpretaciones sueltas (las de Roger Casamajor, Carles Martínez o Míriam Alamany) elevan el tono de un montaje que no llega a convencer pero que, como mínimo, nos descubre a un autor al que habría que dar una segunda oportunidad.