Sinopsis

Como en las máquinas de Pinball, en las que la bola va de un sitio a otro con un impulso enorme, que a veces es retenido y “domado” por los obstáculos que se va encontrando, Pinball, el “domador de impulsos” , también se encontrará con esos obstáculos que lo harán reaccionar de una u otra forma.
Los impulsos pueden dar la cara con una fuerza atronadora. Esos deseos ocultos, que todos tenemos, obligan al impulso a emerger y expandirse por todo nuestro interior, hasta que sale como la lava indomable de un volcán.

Tener deseos es algo que nos humaniza, que nos hace vulnerables y frágiles, pero a la vez nos da fuerza. Para hacer frente a esos deseos necesitamos del impulso, de ese pequeño salto al vacío que nos empuja a adentrarnos en el deseo y a conseguirlo o, al menos, a intentarlo.

“El impulso progresa a un querer; el simple querer a deseo; el deseo a un anhelo incontrolable”.
“No hay pasión en la naturaleza tan demoníacamente impaciente como la de aquel que tiritando al borde del precipicio, considera la idea de la caída, o la del que medita sobre la pregunta: <<¿Estoy enfermo?>>.
Edgar Allan Poe.

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Sinopsis

Como en las máquinas de Pinball, en las que la bola va de un sitio a otro con un impulso enorme, que a veces es retenido y “domado” por los obstáculos que se va encontrando, Pinball, el “domador de impulsos” , también se encontrará con esos obstáculos que lo harán reaccionar de una u otra forma.
Los impulsos pueden dar la cara con una fuerza atronadora. Esos deseos ocultos, que todos tenemos, obligan al impulso a emerger y expandirse por todo nuestro interior, hasta que sale como la lava indomable de un volcán.

Tener deseos es algo que nos humaniza, que nos hace vulnerables y frágiles, pero a la vez nos da fuerza. Para hacer frente a esos deseos necesitamos del impulso, de ese pequeño salto al vacío que nos empuja a adentrarnos en el deseo y a conseguirlo o, al menos, a intentarlo.

“El impulso progresa a un querer; el simple querer a deseo; el deseo a un anhelo incontrolable”.
“No hay pasión en la naturaleza tan demoníacamente impaciente como la de aquel que tiritando al borde del precipicio, considera la idea de la caída, o la del que medita sobre la pregunta: <<¿Estoy enfermo?>>.
Edgar Allan Poe.

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