Como un pequeño cosmos surgido de un cuadro renacentista y bañado de claroscuros, Tête-à-tête es una obra experimental a medio camino entre el teatro de objetos, la instalación óptica y el cuento existencial. Para vivir esta experiencia, el espectador debe meter el rostro en una máscara incrustada en un panel desmontable. Se trata, de hecho, de la cara del artista (y del intérprete) a través del cual mira como si fuera por el agujero de la cerradura. Confundiendo su mirada con la del intérprete, el espectador observa esta puesta en escena de un hombre y de diversas materias orgánicas (tions, fuego, hojas de arroz, máscara de yeso, manzana) que se despliega frente a él.
Con unos auriculares ensamblados a un sistema de sonido ambiente, el espectador se baña en un universo sonoro inmersivo en el que la voz de un chico le susurra las palabras del poeta Octavio Paz, “Dos cuerpos frente a frente (…) ”. Según los principios de la anamorfosis y la perspectiva, el punto de vista único que se presenta a quien mira permite que el artista trabaje la luz y la perspectiva de estos retablos vivientes en un trompe el oeil perfecto. Una iluminación calibrada cuidadosamente y elementos ópticos de alta precisión ponen al espectador frente a su propio reflejo holográfico. Como si le dijeran “ven dentro de mi cabeza”, el espectador viaja y se desliza entre varios estratos identitarios. Se le retira la máscara. Al final, el artista se funde literalmente con el espectador, con su piel, su mirada, sus expresiones. Dos rostros se combinan para crear uno tercero. La ilusión de ser penetrado, habitado por un extraño cuerpo. Nos retiramos en silencio preguntándonos si hemos sido tocados realmente. Y aun así lo hemos sido, con las puntas de los dedos, sencillamente.