Bienvenido a Mount Average. En su nueva instalación, el director de teatro Julian Hetzel nos lleva de visita a la fábrica que nos confronta con nuestras propias ideologías. La colisión entre el fluido estático pasado y presente crea una fricción productiva en este entorno industrial que crea mucho polvo.
Sinopsis
Los monumentos están en el umbral entre el arte y la política. Durante siglos, el arte se ha utilizado para realzar la gloria de la nación, su gran líder e ideología política. Las efigies de figuras como Lenin, Hitler, Mao, Stalin y Leopoldo II forman parte de la memoria colectiva. Son una representación física de un régimen particular, de una época específica, de una ideología. Las estatuas están ahí para la eternidad, inmutables, en materiales que sobreviven sin esfuerzo a una nación. O, en algunos casos, incluso en materiales que llevan el trauma de lo que se representa. Como el cobre usado para un busto de Leopoldo II que vino directamente de las minas congoleñas.
Hetzel profundiza y a través de la colaboración con Kristien De Proost y Pitcho Womba Konga, entre otros, se hace evidente la urgencia del vínculo con la Bélgica poscolonial. (Aunque el espectáculo no es solo sobre la historia colonial belga.) Mount Average cuestiona los derechos adquiridos, las tradiciones, los privilegios y la riqueza, las ideologías y las ideas totalitarias, aspectos que cada sociedad (poscolonial) lleva consigo. El trauma del pasado ha estado oculto durante mucho tiempo, pero ya no podemos evitarlo. En esta actuación, Julian Hetzel utiliza los bustos de figuras históricas, gobernantes, tiranos y dictadores como material fuente para deconstruir ese pasado estático y luego reelaborarlo, hacerlo fluido. Se muelen en polvo, y después de agregar líquidos, también toman literalmente una forma flexible. Artistas y audiencias eventualmente procesan el tema en algo nuevo. De esta manera, el pasado no se borra, sino que se deconstruye y se reorganiza en una nueva entidad.