Llenos de vida

Cuando descubrimos a Angela Palacios en Mirta en espera ya giraba desde el 2016. Estuvo a la espera el tiempo de la pandemia (como Mirta) y resucitó poco después. Nos sorprendió la capacidad interpretativa, la sensibilidad y ternura en la forma de tratar la inocencia de aquel entrañable personaje.
Esta vez ha creado con Sergio Mora la compañía La Cresta Ilíaca que presenta Llenos de vida.
Ambos han escrito este texto con un toque tierno y respetuoso sobre el descubrimiento de la homosexualidad adolescente. Lo hacen de forma poética que se opone al ambiente cerrado, gris, homofóbico de un pueblo rural pequeño. La incomprensión, la intolerancia e, incluso la crueldad, contrastan con momentos sublimes como las escenas de los chicos juntos o el descubrimiento de la poesía de Lorca por parte de uno de los mozos del pueblo, cuya ignorancia le impide leer correctamente el texto pero la emoción que vive es inconmensurable.
Sergio Mora Montserrat es el protagonista y el único actor. Es una pieza de una exigencia máxima ya que él solo representa a 6 personajes. En una misma escena, utiliza diferentes registros y expresión corporal sin realizar demasiados cambios en la caracterización ni vestuario. Dos personajes del pueblo describen el ambiente donde se esconde hipócritamente todo lo que está en contra de los principios más clásicos, antiguos y arraigados. La imagen de la inocencia es un chico huérfano con un discreto tartamudeo que Sergi Mora resuelve con destreza.
La dirección de Àngela Palacios es muy creativa puesto que juega con un espacio pequeño. La escenografía, también de ambos, es sencilla y austera pero cabe todo: el pueblo, el cementerio, la habitación de los amantes, una fiesta popular. Todos los recursos teatrales se ponen al servicio del mensaje de la obra. La luz, la música, los pequeños cambios de elementos en el escenario, el narrador (un animal del bosque) o los que no están, hacen que la pieza sea redonda y el hilo argumental sea recto, imaginativo y convincente.
No pretende ser una obra aleccionadora pero la descripción de unos hechos es suficiente para realizar una crítica dura de la homofobia.
Sales del teatro cantando con Mina: Suona un’armonica, mi sembra un organo che vibra per te e per me.

La homofobia es un mal endémico de la sociedad. Creerse con el derecho de decidir cómo tiene que ser alguien y castigarlo por no serlo parece que es una idea que, en vez de disminuir con el paso del tiempo, va aumentando con impunidad, sin recibir ninguna condena por parte de nadie. Es por eso que es tan necesario no silenciar estas actitudes y delitos, hacer ruido y rechazarlo de todas las maneras posibles.

Con Llenos de vida Sergio Mora Montserrat y Ángela Palacios transportan a la espectadora a un pueblo rural en el 2004. La historia la explica, en cierta manera, Jaume, un chico de Barcelona, que rememora el verano que pasó con su abuela en el pueblo hace 20 años. Unos meses en que conoció a personas que le cambiaron la vida para siempre. En aquel tiempo también supo reconocerse y descrubrirse a sí mismo con la ayuda de Alex. Estos son dos de la media docena, más o menos, de personajes que vertebran esta obra que muestra la felicidad, el amor, el odio y el autoodio.

El texto de Mora y Palacios es una narración atrayente e hipnotizadora. El relato engancha a la espectadora y la lleva por un viaje emocional en que se descubre asimilando la angustia, el miedo y la libertad de los protagonistas principales, para dejar paso a la indignación y la rabia hacia los comportamientos más deleznables. Al mismo tiempo contextualiza maravillosamente el tiempo y el espacio de la trama, poniendo cada elemento en el lugar adecuado para la historia.

Un espacio reducido en escena cuenta con justo cuatro objetos que ayudan a Sergio Mora, único actor del espectáculo responsable de hacer todas las interpretaciones, a hacer la transición entre unos y otros personajes. Un pequeño objeto como unas gafas o una gorra hacen que rápidamente el público sepa cuál es la voz que le está hablando. Mora se enfrenta a una dificultad extrema durante los 90 minutos que dura la obra. No es solo el cambio de rol y el recordatorio de las palabras a pronunciar, son las emociones que viajan de un extremo al otro de cada personaje y que el intérprete sabe manejar y modificar cada vez que es necesario. Su interpretación es magnética, conmueve y captiva.

Lo más destacado de esta obra es que habla desde una naturalidad y sinceridad que se puede captar en cada minuto, en cada escena. En su conjunto crea un sentimiento en el público que sensibiliza y da un empujón a reflexionar y mejorar el futuro. La obra está situada en el 2004, pero no se puede negar que podría ser trasladada al 2025, seguramente, sin modificar mucho los elementos principales.

La orientación sexual o la identidad de género son uno de los principales motivos de los delitos de odio que se producen en el Estado español. Esta cifra, que hace unos años nos parecía superada o bastante reducida, no para de crecer según datos del Ministerio del Interior. Y a pesar de los malos pronósticos, no veo que se hable excesivamente en los medios de comunicación, ni en las redes, ni tampoco en los escenarios… Es por este motivo que una obra como Llenos de vida aporta su granito de arena en el momento oportuno y con una modestia que la hace todavía más grande.

Llenos de vida es un monólogo con muchas voces, muchos personajes y muchas visiones. Incluso hay un personaje incorpóreo, el del pueblo, que quizás os puede descolocar al comienzo de la pieza pero que después tomará todo el sentido del mundo. Y es que la historia empieza en la actualidad pero se remonta al 2004 y a un pueblo concreto, Palomar del Rey, donde unos adolescentes se enamoran y pagan las consecuencias. Sergio Mora Montserrat hace todos los papeles y demuestra su versatilidad actoral cambiando solo de gafas, de gorra o de camisa… Un reto interpretativo muy ambicioso del que se sale con nota. Solo hay que acompañarlo para meterse enseguida en este paisaje caluroso y desolador que nos proponen, en un verano que cambiará a todos los personajes para siempre.

Pero además de la actuación, la obra se sustenta en un texto precioso, sensible y muy cuidado de Ángela Palacios y del mismo Sergio Mora. Un texto donde se mezclan canciones italianas, abuelas comprensivas, machos confundidos, poemas de García Lorca y verbenas de pueblo. Con solo una puerta verde, un cajón que tanto hace de ataúd como de barra de bar, cuatro elementos de atrezzo y unas sencillas luces se crea el espacio idóneo y una magia muy especial. La magia de las historias sencillas, bien explicadas, y sobre todo necesarias.