Decir que la obra de Stephen Sondheim marca el inicio del teatro musical moderno no es ningún superlativismo gratuito ni exageración fruto de una devoción que, vista de fuera, pueda parecer excesivamente efusiva.
La figura de Sondheim irrumpe en el Broadway de los años setenta junto con la de una serie de nuevos talentos que desafiaron el teatro musical clásico y abrieron sus puertas a nuevos formatos, temas nuevos y un sonido nuevo. Creadores como Leonard Bernestein o Jerome Robbins, pasando por Bob Fosse, Kander y Ebb, Michael Bennett o Harold Prince llegaron dispuestos a hacer evolucionar y, por qué no decirlo, salvar el teatro musical estadounidense.
Y es que la fórmula clásica de Broadway mostraba síntomas de fatiga y entraba peligrosamente en el terreno de la nostalgia. Y sin embargo, los aires nuevos que lleva Sondheim a los escenarios provienen de la admiración y el profundo aprecio por todo lo que quedaba atrás. El desafío al teatro musical clásico es en realidad una transición bendecida por su máximo representante, Oscar Hammerstein II, quien fue mentor personal y profesional del propio Sondheim.
Con Sondheim los musicales de Broadway dejaban atrás ese realismo idílico, esa herencia del preciosismo europeo y esos finales felices. La posmodernidad hacía caer la cuarta pared y rellenaba de capas y subcapas los argumentos de los espectáculos que no necesariamente acababan bien.
¿Su lema? Menos es más, el contenido establece la forma y Dios está en los detalles. Todo ello siempre al servicio de la claridad, sin la que –afirmaba– nada tiene sentido.
Esta nueva era del teatro musical fue asomándose poco a poco con títulos como West Side Story o Cabaret y se nos presenta plenamente definida con Company como primer gran título del teatro musical moderno. Aquí, como con Follies, Sondheim plantea una nueva manera de contar historias, deja atrás la estructura clásica y permite que el público mire a los personajes desde diversas perspectivas.
Primero el personaje, después la canción
Sondheim lo tenía claro: primero el personaje, después la canción. Él mismo asegura que cuando tiene que componer una canción, se sumerge en el personaje al igual que lo haría un actor. Por cosas como esta a menudo Sondheim gana interés incluso entre aquellos teatreros que no comulgan con los musicales. Pero, ay, sí con Sondheim.
Las letras de sus temas delatan obsesión por los juegos de palabras, a menudo medio escondidos, también por el ritmo del verso y por encontrar esa rima que nos engancha por sorpresa e incluso nos arranca una carcajada. Es en la rima en la que Sondheim nos revela a menudo su sentido del humor.
Juntos, Stephen Sondheim y el director de escena Harold Prince dieron a Broadway una segunda era dorada del teatro musical estadounidense con títulos como Company, Follies, A little night music, Pacific overtures o Sweeney Todd, introduciendo lenguajes nuevos como el gran guiñol o el teatro kabuki.
Sin embargo, Sondheim nunca fue atractivo para el gran público y la presión por la taquilla acabó venciendo a Merrily we roll along, uno de sus fracasos más sonados. Durante demasiados años Sondheim había puesto al límite la capacidad económica de los productores y, derrotado, escapó de las dinámicas comerciales de Broadway, cada vez más agresivas.
Hacia el final de su carrera Sondheim halló refugio en los laboratorios de creación del circuito alternativo de Broadway. Sus work in progress con el dramaturgo Merrily we roll alongdesconcertaron bastante tanto la profesión como los críticos, pero de esa nueva etapa surgieron maravillas como Sunday in the park with George, Into the woods o Passion.
Con estos títulos Sondheim vuelve a dar un paso adelante dentro de su propia obra y los juegos de realidad en escena adquieren una nueva dimensión. Gracias a Sondheim, el teatro musical reflexiona sobre el sentido de la creación artística… a través de una creación artística. Un ejercicio que se convierte en el colmo de la posmodernidad, llevado a cabo por un creador que, a pesar de advertirnos que “hacer arte no es fácil”, elevó el teatro musical a la categoría de obra de arte.
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