ENTREVISTA

Miquel Mas Fiol: “Atraer al público joven pasa por reírnos de nuestras miserias”

Marta Vives Masdeu

Cuando llego al bar, él ya está allí. Ha costado coincidir, pero no por falta de ganas. Miquel Mas Fiol va de cabeza: está terminando el TFG y trabajando en las adaptaciones para el Teatre Lliure de su trilogía sobre la condición millennial, que se verá en noviembre, coincidiendo con el estreno de su nuevo texto en el Teatre Akadèmia, Burpees. Cuesta seguirle el ritmo, pero su agenda es prueba de una creatividad desbordante y de una pasión obstinada que arrastra desde joven, cuando montaba teatro por los pueblos de Mallorca. Con un pie en la isla y otro en Barcelona, y como buen publicista de formación, ha sabido construir una marca propia: irreverente, inteligente, punk y popular, con una crítica lúcida a las miserias de su generación —precariedad, redes, vivienda, felicidad impostada o la perversión del mundo del entretenimiento.

Teatre Barcelona: ¿Tienes la sensación de que te ha llegado todo a la vez? ¿Te has convertido en un nombre de moda?

Miquel Mas Fiol: Puede que sí, pero hay mucho trabajo detrás. Llevar una obra al Teatre Lliure es un regalo, pero también el fruto de muchos años de esfuerzo. El reto no es llegar, sino resistir y consolidarse. Todos los proyectos que me he propuesto, como los del Institut del Teatre, han encontrado escenario. Escribo pensando dónde estrenarlos; los premios te dan visibilidad y oportunidades. Es trabajo, persistencia y estrategia.

En el caso del Lliure, ¿cómo te llega la propuesta de Julio Manrique y Cesc Casadesús?

Cesc Casadesús ya había visto Les penes del jove Werther y también Els miserables. De hecho, me propuso hacer una lectura dramatizada en el Grec, pero con el Tantarantana decidimos ir más allá y montarla entera, y funcionó muy bien. Julio Manrique vino a verla y le encantó. Habla de una compañía de actores hartos del teatro alternativo y sometidos a un director sin escrúpulos: misógino, explotador, prepotente. Quieren hacer la revolución, pero no saben por dónde empezar. Nos reímos de todo y de todos, con nombres como el Mago Pop, Rigoberta Bandini o Carlos Cuevas. ¡Una locura!

¿No os metíais con Julio Manrique en vuestra lista de críticas?

No. Pero le advertimos que en la versión del Lliure sí que aparecerá. Ya tengo algunas ideas [ríe con picardía]. En Els miserables no sale, pero en la anterior, Les penes del jove Werther de Goethe, sí. De hecho, hay un momento del montaje en el que Mel Salvatierra, la actriz que interpreta a una actriz que logra cumplir el sueño de hacer un monólogo basado en la obra de Goethe, se enfada con el director. Le dice que no quiere hacer ese espectáculo, que no hay nadie en la sala, que ni Manrique irá a verlos jamás. ¡Y mira! Ahora sí que tendrá que venir.

La trilogía pudo verse en el Tantarantana, donde hiciste residencia como director. ¿Has planteado muchos cambios de cara al Lliure?

Estoy trabajando la dramaturgia, adaptándola al nuevo espacio y afinando las transiciones entre las tres historias. También quiero darles unidad, para que en formato maratón se lean como un gran epitafio: la muerte del director. Aun así, también podrán verse por separado.

En Càndid o l’optimisme hacéis una lectura irreverente sobre la imposición de la felicidad; en Les penes del jove Werther, sobre la mercantilización de la tristeza; y en Els miserables, sobre la precariedad y la falta de ideas. Todo ello a partir de los clásicos —Voltaire, Goethe y Victor Hugo— y con el metateatro como lenguaje.

Conozco bien el mundo del teatro y sus debilidades, y eso me permite hablar de temas como la frustración, la corrupción o la hipocresía. Vengo del mundo de la publicidad y las relaciones públicas, por eso me interesa la cuestión de las máscaras que nos ponemos para vendernos socialmente. El teatro dentro del teatro me ayuda a colocar perfectamente esa cuestión. Porque en el teatro todo debe ser perfecto, medido al milímetro, el contacto con el espectador no admite grietas. En cambio, el teatro dentro del teatro ayuda a deshacer las costuras de esas máscaras sociales que usamos para sobrevivir en el entorno.

Una crítica a las máscaras sociales que suponen las redes es precisamente el trasfondo de Burpees, la obra que se verá este noviembre en el Teatre Akadèmia.

Sí, es un thriller, una especie de road movie sobre la toxicidad digital y la impunidad creciente del machismo en las redes, paralela al auge de la extrema derecha. Burpees nace de la preocupación por el individualismo entre los jóvenes y el ascenso de esos “gurús” que, desde internet, te enseñan cómo debe ser un hombre de valor. Nuevos predicadores de la felicidad, pero mucho más neoliberales, agresivos y reaccionarios.

Haces un teatro que interpela al público joven y que realmente les llega. Ese público tan difícil y, a la vez, tan preciado por los programadores. ¿Quieres dar voz a una generación que conoces bien?

Me gusta mucho escribir sobre mis referentes, sobre lo que conozco. Hay también un cierto grado de activismo, de reivindicar mi generación y, al mismo tiempo, reírnos de nosotros mismos. Creo que atraer a un público joven pasa también por ver lo miserables que somos y reconocernos en todo lo que ocurre.

¿Y crees que estáis tan mal como lo pintas en tus obras? ¿Lo veis todo tan negro?
Creo que la cosa está jodida, sí, pero no quiero ser pesimista. También se están consiguiendo cosas buenas. Veo un crecimiento del sentimiento de los cuidados, que aunque pueda parecer un poco naïf, también tiene que ver con la cohesión social. Y por eso hago teatro: para generar cohesión. A pesar del tono generacional de mis obras, también conectan con otras edades. En Els miserables, un señor me dijo al salir: “Soy yo con una camiseta de Lluís Llach”.

«El humor es como un boomerang: va del público hacia nosotros y vuelve»

¿La manera de combatir esta situación es con humor?

Sí, para mí el humor es básico. Te lleva directo a la crítica, a lo que nos preocupa. Me gusta reírnos de lo insignificantes que somos, de nuestras contradicciones, incluso de las cosas pequeñas. Me encanta el humor de La Cubana, pero el mío es más cínico. El humor es como un bumerán: va del público hacia nosotros y vuelve.

Trabajas entre Mallorca y Barcelona, y tus obras se ven aquí y allí. En Palma, hace unos meses, estrenaste Els carnissers de Guillem Frontera, una comedia ácida sobre la burguesía turística y la superficialidad de una generación sin relato cultural propio. Tu TFG también transcurre en Mallorca y gira en torno al problema de la vivienda…

¡Sí! Es un grupo de locos que compiten por un piso en la calle Oms de Palma, propiedad de un fondo buitre. Deciden okuparlo y montar una cooperativa autogestionada. Es muy divertida y creo que tendrá recorrido.

¿Hay alguna obra que te haría especial ilusión escribir?

Sí, creo que Mallorca necesita una obra larga, de un par de horas, que explique quiénes somos a través de una familia y sus generaciones. Una especie de Agost de Tracy Letts, como la que protagonizó Anna Lizaran en el TNC. Me encantaría escribir algo así.

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Escrito por

Periodista. Ha realizado radio, televisión y medios digitales en Cataluña y Mallorca. Actualmente, forma parte del equipo de informativos de Catalunya Ràdio, donde elabora información y guiones en el ámbito de la Cultura. Le apasiona leer y contar historias, y Diguem-ne amor es su primer libro.

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