María Velasco, toca prender fuego a la casa de las palabras

Redacció

Hace diez años que conozco a María Velasco, aunque, como en el verso del bolero, la había amado antes de verla, tras descubrir sus primeros textos. Algunos amigos comunes me habían hablado de “La Velasco”, porque ya por aquel entonces a María se la invocaba, como a las más luminosas, por el apellido. En nuestro primer encuentro caí rendido ante una mujer que repentiza frases humeantes como ráfagas de metralleta. Desde entonces, he tenido la suerte de amar y acompañar a una creadora comprometida con su vocación, a la que se asomó colmada de lecturas, de películas, de músicas, de peripecia.

A veces la he visto meter (con obstinada vehemencia) el pie en los charcos más hondos; la he visto también desbaratando los fusibles de su escritura como un ángel eléctrico. Mi hermana la Velasco ha entrado en algunas noches como quien entra en un campo de batalla y ha salido por la tercera esquina del amanecer muy rasguñada, pero más viva. Pero siempre, siempre, siempre, y con la puntualidad de los pastores, ha puesto a calentar en el fuego de las letras toda esa experiencia. La ha llevado al punto exacto de combustión para entregar un teatro que nos permita exorcizar nuestros fantasmas. Alguien puede sorprender a La Velasco desmadejada con fondo de humo y ginebra pero su escritura tendrá siempre el pulso de una orfebre. Es una artista-nómada que hace posta siempre en el teatro.

La Velasco escribe y hace teatro con pulsión caníbal. Se devora y engendra en cada texto. Tennessee Williams escribió que en un mundo tan lleno de soledad sería absolutamente egoísta e imperdonable no intentar compartir soledades para hacer nacer otra cosa, quién sabe. El teatro de María permite que nos sintamos, en ese tiempo suspendido del teatro, algo menos solos, menos raros, algo así como festejando un “guateque de soledades”, que siempre tendrá más de lo primero que de lo segundo. Por eso celebro que en esta temporada sean tres los espectáculos que se estrenan en Madrid y en los que participa María: La espuma de los días en el Teatro Español (también en el Teatre Lliure de Barcelona), Taxi Girl en el Centro Dramático Nacional y Farinelli en el Teatro de la Zarzuela.

La primera en estrenar es su “apropiación” de la novela de Boris Vian. Tras un largo proceso de creación, La espuma de los días llega a las tablas del Español y el Lliure. Ha necesitado ese tiempo para destilar esta extraña (como todas las verdaderas) historia de amor y de resistencia. Un panegírico desesperado de la joie de vivre o alegría de vivir con un hombre triste, un robot de limpieza, un disfraz de Mickey Mouse, una bailarina… y espuma. María firma la versión y dirige a Miguel Ángel Altet, Fabián Augusto Gómez Bohórquez, Lola Jiménez y Natalie Pinot.

He tachado algunas líneas dedicadas a los hallazgos de su versión para poder centrar la mirada en la María directora, en la María creadora de teatro y no sólo de literatura dramática, aunque creo que para ella nunca existió ese monstruoso deslinde. Relaciono aquí algunos de sus trabajos previos en la dirección: su debut con Günter (2014, Cuarta Pared, codirigida junto a Diego Domínguez, y dos acciones performativas en la Pradillo; Los Dolores Redondos (2013), tras estrenar en el Escritos en escena del CDN; y Damasco Mashup (2016), el día después de defender su tesis doctoral sobre Angélica Liddell. Estas acciones que ella misma protagonizaba con algunos amigos, aunque breves y minoritarias, tenían que ver con la necesidad de un contacto lo más directo posible, lo más puro y diáfano, con la escena. Tal es así, que en el programa de mano de Damasco Mashup sentenció: «follarse solo a las mentes era puro conformismo».

Pero es en Los Dolores Redondos donde María deja algo así como una poética arañada, un diario de (des)escritura, una declaración de intenciones. La acción tuvo tanto de velorio como de parto, porque allí se despidió de una María liquidada (y menos mal) por las huestes del realismo y de las piezas “bien hechas”, para encontrar desnuda y en la escena a la Velasco creadora escénica. Dejo aquí algunas líneas del texto, rogando encarecidamente a las editoriales de poesía y de teatro que se apresuren a publicarlo:

Me voy a grabar una frase.

LAS PALABRAS SON HERIDAS SOBRE EL PAPEL.

EL SEXO ESCRIBE SOBRE EL CUERPO.

La letra con sangre entra.

Lo hago en contra de:

los mercenarios del aristotelismo,

los adeptos a la prosa televisiva

(“pues sí, pues sí, pues no, pues no”)

los que piensan que el texto es un pretexto,

los negacionistas de la literatura dramática

(lo peor es que luego todos dicen

que les gusta Shakespeare),

los defensores a ultranza de la pieza máquina

(prefiero una línea de Koltès a Arte de Yasmina Reza),

los cinéfilos del cine deudor de la novela del XIX.

En otro momento de Los dolores redondos, María afirma que

Y te preguntan

¿piensas en el público al escribir?

Y viene a mi memoria

una cita de Stendhal,

PORQUE LA PRINCIPAL AUTOCENSURA,

ES EL DESEO DE GUSTAR:

gustar siempre, desde los 12 años.

Gustar con 10 kilos de más, 10 kilos de menos.

Gustar despierto, gustar dormido.

Con el aliento mañanero.

“Escribo para una decena de almas

a las que quizá no veré nunca,

pero que adoro sin haberlas visto”.

Seré una romántica,

(al fin y al cabo, la escritura es reaccionaria)

pero escribo,

por pulsiones (de placer),

sin desprenderme

del miedo (ya realizado)

a que la maquinaria de la producción,

deteriore aquel ritual que comenzó

como una manera de escapar a la realidad

plomiza, falaz y desigual.

María ha prendido fuego a la casa de las palabras. Pero no para hacerlas desaparecer. Éste es un fuego purificador, santo, criminal; una llamarada que ha convertido en cenizas a las palabras-fósil, y ha despertado a las otras, a las imprescindibles; las ha desesperado, las ha hecho brillar en todas direcciones. Ahora las palabras forman parte de la voladura controlada que siempre es el teatro. María ya no escribe sólo con palabras, porque eso sería quedarse para siempre en la casa de los padres. Suscribe aquella frase de Deleuze que afirma que la más hermosa tarea del creador en encontrar una lengua extranjera en la lengua propia. Sospecho que desearía leer menos e ir más a los museos, practicar más las dramaturgias silenciosas (¿danza?, ¿música?, ¿plástica?). Lo de vivir el teatro sólo desde una de sus esquinas le parece un síntoma barbarie, la herencia envenenada de otros tiempos.

Quizá por eso busca compañeros de camino en otras disciplinas y en otras generaciones. La espuma de los días es la segunda colaboración con Miguel Angel Altet y el cuarto diseño de luces junto a Antoine Forgeron. En el montaje hay dos piezas fundamentales que provienen de la danza: Lola Jiménez como intérprete y Joaquín Abella en la ayudantía de dirección.

Toca incendiar, sí, la casa de las palabras para convertirla en teatro, desvencijar las naves para alcanzar nuevas orillas. Creo que la escritura de María Velasco ha estado desde siempre anhelando y soñando a la María creadora de escena. El momento ha llegado. S’estrena La espuma de los días.

Alberto Conejero / @alberconejero

Foto María Velasco de Miguel Ángel Altet

Fotos La espuma de los días de Ilde Sandrín

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