No es un secreto que el teatro musical está de moda. Las historias en las que los personajes cuentan amores, desamores, aventuras o tragedias al ritmo de la música han sido una constante en los escenarios, pero desde los años setenta ha ido popularizándose hasta convertirse en un fenómeno global, capaz de recaudar millones de euros de taquillaje y despertar pasiones en todo el mundo. Se ha creado una industria potente y consolidada, pero no nos engañemos, la gran maquinaria capitalista gentrifica todo lo que toca. Como ciudadano del mundo puedes tomar una hamburguesa o un café caramelo-macchiato con exactamente el mismo gusto en cualquier gran capital mundial, dormir en un apartamento con la misma decoración de estilo nórdico, así como puedes ver El rey león, Aladdin, Mouline Rouge, The book of Mormon, El fantasma de la ópera, Matilda o Chicago con más o menos el mismo look and feel.
Superproducciones que hacen valer el elevado precio de las entradas con espectaculares puestas en escena, repartos de altísimo nivel y coreografías increíbles sobre partituras creadas por los compositores más reputados del momento. Espectáculos con filosofía de parque temático que son un valor seguro: le dejan el culo torcido y los ojos como naranjas. Este fenómeno no escapa a nuestro país, donde Madrid se ha posicionado como la capital del teatro musical en lengua castellana, por encima de otras grandes ciudades latinoamericanas con mucha más población. ¿Qué papel juega la creación catalana en esta liga mundial? Pues uno paradójico. Goza de una mala salud de hierro con momento creativo afortunado y una capacidad de producción muy limitada, agravada por el desprecio de los teatros públicos hacia el género y la complicación de estrenar y rentabilizar propuestas en lengua catalana.
El teatro musical en Cataluña
Miremos atrás: antes de la gentrificación en el teatro musical, la península Ibérica ya era una potente máquina de creación de espectáculos aborígenes con música: poniéndonos católicos debemos remontarnos a los autos sacramentales y misterios, dentro de las celebraciones eclesiásticas; pasando por los entremeses y comedias del Siglo de Oro, que empezaron a situar a los músicos en el escenario, interactuando en verso con los actores. Más adelante vendrían los sainetes y zarzuelas, pocas incursiones operísticas de autores locales y revistas musicales que llenaron los teatros durante décadas en todas las ciudades españolas. Así pues, el fenómeno no viene de nuevo: el público ibérico ya estaba acostumbrado a los musicales, antes del boom de los últimos años.
En Cataluña hemos tenido la suerte de que, tras la transición democrática, vimos aparecer a artistas como Núria Feliu, La Trinca o Maria Aurèlia Capmany, el Teatro Libre fundacional con Fabià Puigserver al frente, que popularizaron el teatro cantado, adaptado o creado en catalán. Se sumó la inestimable aportación de Dagoll Dagom, que impulsaba la creación de espectáculos con identidad local, pero con las formas de hacer de las nuevas comedias musicales inglesas y americanas. Nit de Sant Joan y Antaviana fueron los precursores del icónico Mar i Cel, la adaptación de Xavier Bru de Sala y Albert Guinovart del drama clásico de Àngel Guimerà (y que vuelve el ano 2024) que precedió a Flor de Nit, probablemente el mejor musical escrito en lengua catalana y que es un crimen cultural que en treinta y dos años no se haya repuesto ni una sola vez ninguna institución escénica.
También las productoras El musical més petit, con Daniel Anglès y Manu Guix, junto con Focus, incidieron en la popularización del género en nuestro país. Esta última, junto a Dagoll Dagom y Minoria Absoluta, son las únicas empresas económicamente fuertes que a día de hoy han seguido la apuesta por el musical catalán de nueva creación. En los últimos años Focus ha impulsado proyectos como Guapos i pobres, 73 raons per deixar-te o La filla del Mar – con la Barni Teatre – o el proyecto ONYRIC, con sede en el Teatre Condal, que ha acercado éxitos internacionales como Fun home o Golfus de Roma, en catalán. Dagoll Dagom (con La Brutal y T de Teatre) han triunfado esta temporada en el Poliorama con T’estimo si he begut, de Empar Moliner, y L’alegria que passa, un montaje absolutamente imprescindible donde Marc Rosich, Andreu Gallén, Ariadna Peya y Anna Rosa Cisquella revisitan el clásico de Santiago Rusiñol, un autor que también sedujo e inspiró a La Cubana para componer su primer musical (que no espectáculo con canciones), Gente Bien.
Teatro musical, al margen del teatro público
Si te has fijado, todas estas aventuras pasan al margen de los teatros públicos, que sistemáticamente desprecian el género obviando su creación contemporánea en sus programaciones. ¿Consideran sus directores artísticos que el teatro musical es un género menor? Porque esta temporada el teatro público da luz verde a readaptar en texto grandes textos de la literatura catalana y universal, como La plaça del diamant o Yerma o La Tempesta i Macbeth de Shakespeare pero ¿es la iniciativa privada quien pone música a Àngel Guimerà, Santiago Rusiñol o Empar Moliner? ¿Por qué se da la espalda a un teatro que conecta con los públicos más jóvenes?
Únicamente el dramaturgo y director Sergi Belbel dio pececillo al musical, y ya hace 10 años que abandonó la dirección del Teatre Nacional. Ni siquiera Xavier Albertí, gran amante del Paralelo de principios del siglo XX donde el teatro musical era clave, apostó firmemente por el género.
‘El Crim de Lord Arthur Saville’, de Egos Teatre, fue una de las grandes apuestas de creación en la Sala Gran del TNC, en 2011
La actual directora del Teatre Nacional de Catalunya, Carme Portaceli, respondió algunas de estas preguntas al programa ‘Todo es comedia’ de la Cadena Ser: «Si es solo un negocio, un teatro público nunca debería hacer musicales. No estoy en contra del género, pero para mí programar no significa coger las cosas para que todo el mundo tenga la oportunidad de venir.Tiene que haber una coherencia filosófica en esta programación. El musical, mientras tenga un interés cultural y una capacidad de investigación en el lenguaje, tendrá las puertas abiertas del TNC». Escucha el programa aquí:
Esta anomalía estructural es inaudita si tenemos en cuenta los antecedentes históricos, sumado a que el itinerario de musical del Institut del Teatre o escuelas privadas como Memory, Eòlia, Coco Comín o Aules llevan años formando intérpretes y bailarines que deben coger el primer AVE para irse a hacer fortuna en la Gran Vía madrileña. Artistas como Andreu Gallén, Marc Sambola, Àfrica Alonso, Marc Rosich, Jordi Prat i Coll, Jordi Cornudella, Ferran González, Dídac Flores, Carles Alarcón, Àngel Llàcer i Manu Guix o les companyies WeColor Music, Els Pirates, La Barni, Dei Furbi, Egos Teatre, The Feliuettes, La Trepa, La Brutal, Roda Produccions, Generació de Merda o La Copla de Wisconsin han demostrado una sobrada solvencia creando títulos propios, espectáculos con una mirada local a problemas universales, que con mayor o menor esfuerzo han llenado las plateas.
¿No sería hora de ir resolviendo este agravio histórico, aceptar y amar nuestro patrimonio cultural y seguir haciéndolo crecer? Si desde el Nacional, el Lliure, la Beckett, u otras salas privadas como Flyhard, que hacen de la nueva dramaturgia catalana su pan de pajar, han sido capaces de ayudar a que aparecieran textos como El mètode Grönholm o Smiley, que han dado la vuelta al mundo, ¿cómo no debemos ser capaces de exportar nuestro teatro musical?
En el Grec, una brizna de esperanza
En el último año como director del Festival Grec, Francesc Casadesús se ha puesto las pilas para promover la creación de musicales en catalán y propone tres propuestas que sacudirán la ciudad. El festival, bajo la producción de El Terrat y la colaboración del Mercado de Música Viva de Vic (MMVV), acogerá el torneo de musicales RIIIING! Els musicals que truquen a la porta. El evento, pensado como jornadas profesionales, parte a idea del actor Toni Viñals. A lo largo del 10 y 11 de julio reunirá decenas de proyectos en catalán que lucharán por ganar 5000€ y una entrevista con productoras escénicas locales para estudiar la posibilidad de hacerlos realidad.
El festival de verano también acogerá Un amor particular, de Daniela Feixas y Jumon Erra, con música de Miquel Tejada (Teatro Condal, del 20 de julio al 6 de agosto), una comedia romántica que contrapone las formas de ver el mundo de un empresario gris y tradicional con una artista antisistema. El amor romántico contra el poliamor, San Gervasi contra el Raval. Fight!
Para concluir el festival, encontrarás una gran fiesta escénica con For Evita. Una astracanada musical. Esta adaptación de gran formato del pequeño musical Requiem For Evita de Jordi Prat i Coll con la dirección musical de Andreu Gallén y un reparto con Anna Moliner, Ivan Labanda y Jordi Vidal, rinde un divertido homenaje a la ex primera dama argentina, Eva Peron , así como a las cantantes Raffaella Carrá y Núria Feliu. ¡Ah, y participará el corazón de una escuela del Raval!
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