Els Malnascuts sacuden el teatro

Mercè Rubià

¿Existe teatro para jóvenes? ¿Debe estar hecho por los propios jóvenes? ¿Pueden los adultos hacer propuestas que interesen a los adolescentes? ¿Como se puede acercar el teatro a estos jóvenes? ¿Los teatros están suficientemente abiertos a sus propuestas? Los jóvenes de Els Malnascuts, la pedagoga teatral del proyecto P14 del Volksbühne de Berlín y directores como Pau Carrió, Carla Torres, Oriol Broggi o Aleix Fauró hablan en el Goethe Institut coincidiendo con el ciclo de teatro joven de la Sala Beckett.

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Un día Max Grosse y Elena Martín decidieron plantarse en la Beckett para proponer que la sala se abriera y diera una oportunidad a todos los jóvenes de 18 a 30 años que quisieran hacer teatro, con la condición de estrenar un espectáculo dentro de la programación oficial de la sala. Podría parecer descabellado, pero ambos habían pasado antes por la compañía P14 del Volksbühne de Berlín. Una compañía que acoge jóvenes a partir de 14 años para acercarlos al teatro precisamente de esta manera, ofreciéndoles un espacio donde ensayar, poniendo a su alcance el fondo de material escenográfico y de vestuario, un técnico y una pedagoga teatral que coordina el proyecto. Es Vanessa Unzalu, una vasca residente en Berlín que explica así el proyecto: «En Alemania todos los teatros tienen un grupo joven que hace al menos una obra al año. En nuestro caso hacemos seis. Los dejo solos para que hagan sus creaciones y salen cosas muy interesantes. No hay jerarquía, mi tarea no es ponerme por encima de ellos, sino al lado. Mi voluntad no es que sean buenos actores, sino que hagan su teatro «. Estos días han presentado una de sus obras, La Roulotte (Der Wohnwagen) junto al Collectivus de Els Malnascuts y L’efecte Perfecte de La Peleona, dentro del ciclo de teatro joven impulsado por la Sala Beckett.

OLER, AMASAR Y DEGUSTAR EL TEATRO

Toni Casares, director de la sala, le ha dado bastantes vueltas a estas cuestiones, después de programar por segunda temporada el ciclo de teatro joven y asegura que, si algo tiene claro, es que debe haber un cambio en la forma de entender la cultura. «El esfuerzo ya no debe ser garantizar el acceso a la cultura, sino entender que la cultura forma parte de nuestra condición humana, por tanto, deben darse las condiciones para que todos puedan desarrollar su animal cultural». Y continúa afirmando que lo que hay no es «acompañar de la mano» a los jóvenes al teatro, sino darles herramientas para desarrollar su propia capacidad cultural. Las instituciones, pues, no deben empeñarse en producir espectáculos para jóvenes, sino hacer posible este desarrollo. Y eso, dice Casares, debe hacerse también desde el mundo teatral de forma egoísta, porque serán estos jóvenes «quienes nos sacarán de la rutina, que nos obligue a modificar nuestras dinámicas y la manera de entender el teatro y, a la larga, facilitarán una evolución dramatúrgica».

O como dice Pau Carrió (Teatre Lliure), «es diferente enseñar a hacer pan, que a ser panadero» y este es el valor de propuestas como estas, que los jóvenes «huelan y prueben» el teatro, como añade Oriol Broggi (La Perla 29). Todos sabemos que es el pan, pero no todos queremos ser panaderos. Así que ya es hora de que todos conozcan el teatro, se quiera dedicar o no.

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UN TEMPLO INACCESIBLE

¿Cuál es la manera de acercar estos jóvenes el teatro? Seguramente hay muchas, pero si algo tienen clara los jóvenes que asisten a la mesa redonda es que hay que abrir el teatro a todos, a la gente de la calle. «Las grandes instituciones tienen fobia al desorden y hay una gran inseguridad de los adultos hacia los jóvenes», dice Alba Sáez (Els Malnascuts). «Hay que abrir las puertas, los teatros debe ser de todos. Yo no quiero quedarme en la puerta, quiero tener derecho a hablar y que me escuchen, a experimentar y que la gente confíe en lo que hacemos «. Quien tiene, sin embargo, la responsabilidad o el deber de abrir estas puertas? «Los jóvenes tienen que reventar las puertas para que entren riadas de gente, sino nos quedaremos encerrados y muriendo», dice Carla Torres (La Peleona), que incluso le pone fecha a la agonía, «sino nos quedarán 10 años de vida». Elena Martín (Els Malnascuts), pero, replica. «Es una exigencia abusiva que nosotros tengamos que charlar las puertas. Todavía tenemos mucha inseguridad, primero debemos aprender. Primero tenemos que ver cómo se pone un foco, luego ya le daremos la vuelta. No se puede pretender que lo hacemos mejor que los que llevan 30 años dedicándose a ella».

¿EXISTE EL TEATRO PARA JÓVENES?

Otra de las grandes preguntas sin resolver que se cierne en el debate es si realmente hay teatro para jóvenes o si lo importante no es que haya propuestas hechas para atraer especialmente al público joven, sino que los jóvenes puedan hacer teatro. Pau Carrió está convencido de que no. «Los mi último espectáculo, Victòria d’Enric V, ha funcionado mucho entre los jóvenes de 15 o 16 años y no estaba especialmente pensado para ellos». Aleix Fauró (La Virgueria) lo ve así: «No hay que hacer teatro para jóvenes, que se vean ellos mismos identificados, porque sino desvirtuamos su capacidad de reflexión. Hay otras maneras de acercarlos. Nosotros hemos optado, por ejemplo, para llevar jóvenes de 14 a 18 años a los ensayos y nos hemos dado cuenta de que llevan la reflexión a lugares donde no habíamos ido nosotros. Nuestra obligación es hacer pedagogía y, egoístamente, crear público».

Pol Nubiala (Els Malnascuts), en cambio, considera que sí. «La mayoría de gente de entre 18 y 23 años que el teatro es porque está relacionada, o hace teatro o carreras como filología, sino no va. Se deben trabajar los códigos, el lenguaje, una manera de hacer que haga que estos jóvenes se identifiquen y tengan ganas de ir al teatro». Moisès Maicas, que durante el Festival Grec presentó Shakespeare on the beat para el público adolescente, uniendo textos del autor inglés con el hip hop, hace hincapié en otra franja de edad. «De los 10 o 12 a los 16 años hay muy poca oferta, por no decir que prácticamente es nula, y es una edad en la que si los institutos los llevan a ver obras en teatros institucionales que no les gustarán ni llegarán en modo , es una pérdida de espectadores asegurada». En este sentido, Josep Maria Viaplana (Jove Espectacle) tiene claro que el teatro para jóvenes hecho por jóvenes es lo que más funciona.

Toni Casares (Sala Beckett), sin embargo, no se puede estar de hacer de crítico. «Si miramos los espectáculos que se han hecho durante el ciclo, vemos muy buenas intenciones, pero lo último que he visto, Collectivus, está sujeto a los mismos cánones que Disney Chanel: la que folla más es la tonta, la otra la recatada, etc». Para Vanessa Unzalu (P14) aquí es donde debería entrar el rol del pedagogo, quien les debe dar impulsos estéticos y «enfadarse ellos sin caer en el paternalismo».

EXPERIENCIAS COMUNITARIAS

Pablo Ley (Escola Eòlia) se pregunta, pero, como se lleva a cabo todo esto sin recursos ni apoyo de las instituciones. «Hace unos años, en una misma charla sobre teatro alemán, recuerdo que se comentó el presupuesto del teatro infantil en Berlín y era el mismo que el presupuesto de todo el sector teatral en Cataluña». Ursula Wahl (Goethe Institut) suelta otro dato clave: «En Alemania, el Senado pide una programación para gente joven». Pero también deja claro que «lo importante es hacer cambios aquí».

Andrea Calsamiglia (Nus Teatre) pone en el centro del debate Joan Morros y el Kursaal, «donde hay una perspectiva comunitaria muy fuerte». Allí son los espectadores y el tejido asociativo que se implica en las decisiones y en la programación. No sólo eso, han creado Platea Jove, donde se ofrecen espectáculos para adolescentes y jóvenes a un precio muy reducido (actualmente 5 €). El resultado de todo esto son 140 espectáculos, 75.000 espectadores y un 76% de ocupación en 2014.

Texto: Mercè Rubià / Fotografías: Ensayo de Collectivus (Els Malnascuts)

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Periodista. Teatrera. Enamorándome de la danza y del circo. Advertencia: Si la mayoría de mis recomendaciones tienen muchos aplausos no es por falta de criterio (que quizá también), si no porque prefiero hablar de las obras que me gustan. Muy lejos de querer hacer (o ser) crítica.

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