Uno de los muchos problemas de representar un texto de William Shakespeare es que la distancia entre los personajes de sus obras -especialmente en las tragedias y las piezas históricas- y el yo actual es muy grande. Las dosis de miedo, violencia y dolor que cargan sus personajes raramente es experimentada en nuestras vidas modernas. Seguramente no es necesario, para llegar a hacer una interpretación emocionante y sobrecogedora. Lo que sí es necesario, sin embargo, es realizar un humilde y exhaustivo trabajo de análisis y comprensión, un viaje hacia la introspección física y emocional del ser humano para poder recrear con veracidad una historia épica como es la de Enrique V, si es eso lo que queremos hacer. Sino, la densa dramaturgia acaba engullendo en el tedio y la indiferencia.
Lo que hace la Jove Kompanyia dirigida en esta ocasión por Pau Carrió es contarnos la historia, como si fuera una suerte de lectura dramatizada muy bien leída, en lugar de vivirla. Una lectura magníficamente adornada de momentos musicales preciosos, también visuales (una emocionante coreografía bélica sobre el agua) y un diseño de luces muy acertado (que no se disfruta de igual manera desde las diferentes gradas que componen la platea). Pero ninguno de estos complementos nos puede alejar de lo que debe ser esencial en cualquier puesta en escena de estas características: la épica. Y este Enrique V no es épico. Le falta verdad, le falta sangre, le falta alejarse del esteticismo actoral y ensuciarse del miedo de la vida porque sólo así el viaje del espectador (y del actor) será teatral, real … y no una lenta peregrinación hacia una victoria final que poco nos acaba importando porque no nos emociona … no la sentimos nuestra.