Se trata de un texto desgarrador, duro, valiente y lleno de fuerza, de aquella que encoge el corazón. Con Una gossa en un descampat, Clàudia Cedó explica una historia personal, muy íntima, que en muchos momentos hace daño ver, el dolor de una madre que ha parido un hijo muerto.
Sergi Belbel ha creado una escenografía con gradas a los cuatro lados que integra el público, especialmente el de la primera fila, que pisa literalmente el descampado donde transcurre la acción. Esta proximidad, esta inmediatez, da todavía más fuerza a la obra, que escénicamente aprovecha cada rincón del cuadrilátero. Seis actores hacen cada uno múltiples roles para múltiples subtramas que conforman la red de personajes que se mueven alrededor de Júlia, la protagonista que se encuentra en un callejón sin salida en su embarazo de cinco meses.
Clàudia Cedó ha decidido desdoblar el personaje de Júlia en dos actrices: Maria Rodríguez y Vicky Luengo. Una es la mujer real; la otra, la voz del pensamiento, de la consciencia, que expresa sus deseos, miedos y dudas. Es un recurso muy interesante que permite adentrarnos en su subconsciente más profundo.
Alrededor de Rodríguez y Luengo están Anna Barrachina, Xavi Ricart, Pep Ambròs y Queralt Casasayas, que llevan unos cuantos sombreros cada uno y que crean dinamismo y dan un toque de distensión al drama tan intenso de la protagonista. En un escenario que es un descampado lleno de objetos —ninguno gratuito—, los personajes recrean la vida que se le niega al hijo de Júlia.
Una gossa en un descampat es un gran texto de envergadura, intenso, dramático y de una calidad evidente. Los aplausos absolutamente entusiastas de un público de pie al acabar lo corroboran. Seguramente se trata de la mejor obra que hemos vista en la Sala Beckett desde que se trasladó en Poblenou.