Basado en unos hechos reales que ocurrieron en Estocolmo en 1792, el asesinato del rey Gustavo III, Verdi escribe esta obra que se estrena en Roma en 1859 situando la historia en Boston ya que era difícil que se aceptara en Nápoles un magnicidio y una infidelidad a tal alto nivel.
Bajo la dirección de Jacopo Spirei, la elegante producción de Graham Vick utiliza una sencilla escenografía cargada de simbolismo. El gran monumento funerario que va cambiando de posición ayudado de unas carras giratorias demuestra la tragedia que rodea a toda la obra, siendo la muerte el elemento principal. Es inevitable compararla con la que recordamos de Calixto Bieito del año 2017, mucho más llamativa en el vestuario y las escenas. Tuvo críticas por algunos momentos atrevidos y rompedores. La crítica se limitó a decir que el público del Liceu no le aceptaba y lo tildó de conservador. Puedo afirmar que el público del Liceu es elegante y no acepta escenas de violencia gratuita o mal gusto. En cualquier caso, todo el mundo recordará aquel Ballo que hizo tanto ruido.
En esta producción, el coro, dirigido por Pablo Assante está situado a una altura del escenario y sólo podemos adivinar que están allí por las manos enguantadas en blanco y los sombreros. El escenario, en cambio, está ocupado por una compañía de bailarines que dan color y sus movimientos, impecables, siguen perfectamente el ritmo de la música.
Arturo Chacon-Cruz era Ricardo en nuestro turno, el gobernador de Boston, en realidad el rey Gustavo III enamorado de Amèlia (Saoia Hernández), la mujer de Renato, su mejor amigo y colaborador. Chacón-Cruz es un tenor lírico de gran potencia y fuerza. Saoia es una soprano de coloratura que emocionó al público. Ambos son papeles muy difíciles por su longitud y el mantenimiento constante del dramatismo. El otro solista principal era Ernesto Petti, barítono dramático que supo transmitir la rabia y los celos. No podemos olvidarnos de la hechicera Ulrica, encarnada por Okka von der Damerau que tiene un papel muy breve de mezzosoprano pero clave en el argumento de la obra ya que transmite el presagio del asesinato de Ricardo. Esta ópera es un trabajo de voces, en palabras del director musical Riccardo Frizza que resalta también la presentación que hace Verdi de cada personaje con su propio leit motiv.
Es una obra que podría ser exuberante con un baile de máscaras al estilo veneciano que habrían dado mucho color a la escena final. El escenario queda muchas veces vacío y desnudo aunque el cuerpo de baile lo llena con la elegancia de sus movimientos.
El conjunto es magnífico y muy recomendable. Quedan pocas funciones.