La obra transcurre por las dependencias subterráneas del teatro como si se tratara de la buhardilla misteriosa de la casa de unos antepasados. Las escenas hacen un recorrido en medio de muebles, rejas, árboles, maderos, restos de decorados y escenografías recordando los bajos fondos y la ruina en la que se encuentra el alma de la protagonista de la historia de Antonio Tarantino.
Tarantino empezó a escribir en el año 1992. Su primera obra fue Stabat Mater. Tarantino adquiere un compromiso con el ser humano. Sus obras no están situadas en ninguna época sino que es capaz de dibujar un mundo marginal y un sistema de poder que hace muy poco para evitar esta marginación.
Dirigida por Magda Puyo, empieza este monólogo con un lenguaje confuso y envenenado que no sabes dónde te va a llevar aunque poco a poco va apareciendo la trama. Maria, desnudada de todo por la vida, no tiene más recursos que la palabra descarnada, grosera, repetitiva e insultante con la que dirige su queja a la mala fortuna, a la adversidad y también a la sociedad que pretende hacerle creer que la ayuda. Es también una crítica a la Iglesia y a su hipócrita manera de ayudar. Es también una descarada manera de enfrentarse inútilmente al funcionariado, al sistema administrativo y jurídico-policial de una Italia que podría ser cualquier lugar y en cualquier época. El espacio, el diseño de sonido de Lucas Ariel Vallejos y el movimiento escénico y corporal creado por Encarni Sanchez contribuyen a obtener este ambiente sórdido que la Puyo ha querido resaltar.
Montse Esteve demuestra en esta obra una gran capacidad interpretativa. Es un monólogo de una gran dificultad que ella supera con creces. Sabe transmitir la angustia, el fracaso, la rabia, la impotencia y la desesperación. Hemos podido disfrutar de la actuación de una gran actriz con mayúsculas.
Están agotadas todas las localidades. Esperemos que prorroguen o lo lleven a otros teatros. Ellas se lo merecen y nosotras también.