Alberto Díaz nos ha ido mostrando su valía también como director (sublime «Llarg dinar de Nadal», por ejemplo) y lo vuelve a hacer con este premiado texto de John O’Donovan. Tiene el acierto, además, de acercar el texto físicamente (el escenario es una azotea) como a nivel de referentes, incorporando la Noche de San Juan.
Dos chicos jóvenes atrapados en una azotea, huyen de la policía tras un atraco patético mientras sus planes se alejan a cada minuto. Atrapados aún más a la vida. A una ciudad pequeña y cerrada, a familias desestructuradas y a vidas que no son las que querrían llevar. Atrapados también entre ellos en una relación de dependencia afectiva, lejos del fácil amor adolescente que debería estar viviendo.
Uno de ellos sólo querría volver a su vida anterior, en la ciudad, con una abuela que le quería y donde era uno más. Aquí es el «nuevo» y simula una relación heterosexual para no desencajar aún más; atrapado entre el qué dirán y lo que siente. El otro, predelincuente, duro, curtido en mil peleas de afirmación, pero sensible y herido por un primer amor, el del descubrimiento, que reniega de él; atrapado entre su imagen y su sensibilidad. Con toques de humor aquí y allí, también percibimos la amargura que los devora, demasiado jóvenes para verlo todo negro, sin salida y anclados en los recuerdos, como si lo mejor de su vida ya hubiera pasado. Sí, el amor homosexual está muy presente pero con una visión original y realista. Los actores Marc Balaguer y Pau Escobar nos transmiten una relación íntima, dulce por momentos, sus miedos y algún deseo en un espacio abierto, donde deben recordar en todo momento la importancia de la vocalización.
Lo mejor: contra pronóstico, no es una obra más sólo reivindicativa sobre la homosexualidad sino más bien, como me dijo una experta espectadora, sobre las cosas que no nos decimos y cuánto bien nos haría hacerlo. Propuesta muy recomendable, arriesgada, tierna, original, con un ritmo preciso, con silencios delgados como un lago helado, a punto de romperse -marca de la casa-, donde tiene tanta relevancia quien escucha como quien habla (una de mis debilidades) y con interpretaciones solventes.
Lo menos mejor: que haya terminado tan rápido. Debería volver y dar tiempo a que la complicidad entre ellos se convierta en química.
La frase: «Huir es fácil pero para quedarse se necesitan huevos«.