Ivor Martinic, autor y director de la obra, hace una propuesta muy distinta a una obra convencional: está él en escena, como director, como dramaturgo, guiando un poco a los actores durante o entre las escenas. Los actores proponen, opinan, sugieren, al mismo tiempo que él también lo hace. Llega un momento en el que no tenemos claro dónde empieza y acaba la improvisación o, por el contrario, si es que la hay. Esto puede hacer que a veces el espectador se despiste, pero rápidamente vuelve a entrar gracias a las fantásticas interpretaciones tanto de Júlia Ferrer como de Adrià Escudero, que viven a escasos metros de nosotros una desgarradora ruptura.
Juegan con nuestra imaginación, juegan con el texto, juegan con la puesta en escena y consiguen rescatar detalles extraordinariamente verosímiles y realistas de un momento como este, del final de una historia entre dos personas que se han querido y que han convivido durante mucho tiempo.
Es original porque intuyo que no hay dos pases iguales, intuyo que todo espectador siente en algún momento que hablan de él o de ella. Y porque son la prueba, también, de que para contar una buena historia no hace falta más que una buena premisa, dos actores y un par de focos.