En medio de la actual dictadura de la felicidad, donde la sonrisa es ley y el pensamiento positivo un mandato, Señora de rojo sobre fondo gris resulta un bálsamo para atender una realidad que, aunque intentemos darle esquinazo, asoma y acecha: la enfermedad y la muerte. Y se atiende además con desnudez, sin accesorios ni trucos sorpresivos, sosteniéndose la obra meramente en la calidad del texto y en el repertorio. ¡Pero qué texto y qué actor! Belleza literaria de Delibes, adaptada como anillo al guante a la dramaturgia, e interpretada exquisitamente con palabras de José Sacristán. Palabras sin contención pero sin aspaviento. Palabras circunscritas en escenas que avanzan al compás del cambio de luz. Palabras profundas sin empalago. Palabras escritas para la expresión y no para la purga ni la catarsis. Palabras que han sabido despojar la paja del grano para cuajar de sentido los detalles y anécdotas que hilan una vida y un matrimonio. De un matrimonio de ya solo uno, sí, pero avivado por el legado de años en común. Y testimoniado por el retrato de una señora de rojo, obviamente.
¡Enlace copiado!