Dulce y un poquito amarga, como la sacarina

Sacarina

Sacarina
23/02/2020

La Ruta 40, probablemente mi compañía de cabecera, está desatada. Diría –elucubrar desde la ignorancia es gratis- que están explorando caminos y lenguajes. Así, después de los clásicos El llarg dinar de Nadal (snif) o Pinter (La col·lecció), han llevado a escena textos escritos para ellos, teatro documental y hace nada una (auto) crítica un puntito «serrana» sobre el turismo (Reiseführer). Sacarina de Davide Carnivale es la tercera obra suya que vemos esta temporada, dirigida por el rutero Sergi Torrecilla (La nit d’Helver), que han adaptado tan y tan bien que parece que haya sido escrita para ellos.

Una historia de supervivencia en una ciudad y profesión que no lo ponen fácil: ser actor en la Barcelona del sXXI, la ciudad gentrificada, de precariedad laboral, alquileres por las nubes, ciudad desilusionada y de escaparate, para turistas o gente con posibles , donde nos da vergüenza no tener trabajos glamourosas, y todo nos empuja a pisar a quien quiere lo mismo que nosotros y es que los principios tienen un precio cuando todo es tan difícil.

El peligro de esta propuesta es que el aire auto referencial (hilarante y cómplice para los ruteros) haga pensar a algunos espectadores que sólo denuncia las condiciones de la profesión teatral. En absoluto; es reflejo del todos los que luchan para sobrevivir rodeados de políticas municipales no pensadas para los ciudadanos, y se encuentran llegados a la treintena que el presente no es lo que esperaban y se tienen que conformar con sacarina, que endulza pero tiene un punto amargo, cuando el cuerpo pide azúcar.

El Maldà, en consonancia, también se ha transformado en un bar moderno que permite que nos encontremos en medio de la historia, silenciosos cómplices de las traiciones que se cuecen entre un productor capaz de engañar a su madre y dos actores seguramente no muy buenos, que aspiran a triunfar con un piloto para la tele (que tampoco les convence mucho ¡pero allí pagan!). Estamos tan, tan cerca, que sufría por no molestar a los intérpretes de tanto como reía.

En resumen: denuncia, ironía, mala baba llena de humor (el azúcar con el que todo pasa mejor), con las marcas de la casa de la calidad de la propuesta y las magníficas y absolutamente naturales interpretaciones de los ruteros Alberto Díaz y Albert Prat y, en esta ocasión, Lara Salvador (Els dies mentits), la primera que, sutilmente, enseña con su habla cómo nos vendemos.

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