La compañía l’Excèntrica nos trae una de aquellas historias más conocidas por las adaptaciones que por el original, Peter Pan, el niño que no quería crecer y perseguía su sombra. Lo hace acercándose al libro más que a la versión Disney que todos tenemos en la cabeza (y, que por cierto, muy bien que estaba).
Una compañía, también excéntrica, más bien formada por niños que juegan, nos quiere representar esta historia y lo hace de una forma deliciosa, llena de juegos y aventuras pero, aquí está la diferencia, con un poso final triste de la alegría que se desvanece cuando el juego se acaba, que en algún momento debe terminar. La visión inocente y llena de ilusión, con un poco de vergüenza infantil, de esta compañía es la que nos transmite la propia representación de l’Excèntrica. Con objetos al servicio de la imaginación, como las sábanas donde se proyectarán sombras e imágenes, hacer uso del mobiliario y juguetes habituales de la época como atrezzo y escenografía, que proporciona una inmersiva y verosímil ambientación ayudada por la iluminación, a medio camino de los sueños y un escenario casero. Todo esto y, sobre todo, los tres intérpretes, nos hacen creer la premisa de la compañía que quiere contarnos esta historia. Y nos ganan enseguida. Admito que a media obra me di cuenta de que llevaba un buen rato con la boca abierta, como si no conociera los piratas, Neverland o Campanilla (aún más deliciosa aquí que en la película!).
Al final, hemos asistido a un teatro (como siempre en el Maldà) de proximidad y aquí, además, de inmersión, delicado y juguetón, como una tarde de lluvia donde los niños inventan y viven un montón de aventuras. Y la vivimos con ellos.
Lo menos mejor: quizás alguna secuencia queda demasiado larga y alguna, demasiado corta.
Lo mejor: las interpretaciones de los diferentes personajes a cargo de David Anguera, Clara Moraleda (premio, ya) y Mireia Piferrer, y la magnífica atmósfera conseguida.