Desde “El LLantiol” en 2016 pasando por diferentes capitales de España y dos temporadas en la Fénix, ya es la cuarta que Mirta sube a los escenarios y Ángela Palacios va llenando las salas donde la presenta.
A pesar del parón en la vida teatral por la pandemia, Mirta continúa viva y despierta de nuevo después de haber estado adormilada en el sueño de la espera. Ella ya está acostumbrada, es Mirta en espera y espera un signo, una señal que pueda cambiar su vida. Va alimentando ilusiones: el éxito, la obtención de un óscar, un príncipe azul o sencillamente, un hombre que la quiera.
Vestida de «Bella» absolutamente Disney, su inocencia y candidez arrancan risas desde el momento en que aparece en escena. Hay una mezcla de ironía y de sentimiento, un contraste entre la situación divertida y la angustia. Es un retrato cruel de muchas generaciones de mujeres que quieren salir de su pozo pero no pueden, que no han tenido oportunidades y que a pesar de todo, luchan, fracasan y sonríen. Y es esta imagen de fracaso la que la hace entrañable.
El escenario es sencillo: un banco y la presencia de Mirta que lo llena todo. Lleva consigo un micro, un altavoz, una guitarra, una pequeña maleta, un bolso pequeño con el móvil, el pintalabios y todo lo que ella piensa que una chica de hoy necesita para relacionarse y triunfar.
Mientras espera una oportunidad, una cita que la ha de llevar a la fama, aprovecha para explicar al público episodios de su vida, sus desilusiones y sus pequeños fracasos sin poder desligarse de su madre que está siempre presente y que le recuerda constantemente su falta de autonomía y de independencia.
Palacios canta y muy bien. Con una canción de “la Sirenita” (más Disney) y letra propia nos explica sus sueños y con una canción de Mecano finaliza sus fantasías. Magnífica es la interpretación del desdoblamiento de la personalidad en una chica argentina con la dificultad que representa ser dos personas con diferente registro, voz y acento en una misma escena.
Ha sido un placer reencontrarte Mirta.