Macbeth es la historia de la codicia sin límites. Shakespeare puso la letra y Verdi la música. Entre los dos consiguen el retrato fascinante de dos personajes oscuros, despiadados y con una sed de poder insaciable. Macbeth y su mujer, crédulos a ojos vendados de los vaticinios de unas hechiceras, conspirarán para eliminar a cualquiera que se interponga en su camino hacia el trono. El drama del rey de Escocia ha tenido muchas versiones, entre las que destacan grandes películas como la de Roman Polanski, y evidentemente, la ópera homónima de Verdi.
Este año Macbeth ha inaugurado la temporada del Gran Teatre del Liceu, con un reparto estelar: el barítono francés Ludovic Tézier hacía el rol protagonista y a su lado la soprano Martina Serafin era Lady Macbeth. Fueron una pareja espléndida. Tézier, ya conocido del Liceu, es un cantante muy sólido, con una voz hermosa, homogénea y potente, una técnica perfecta, una proyección óptima y un fraseo elegantísimo. Es imposible cantar mejor. Serafin al principio pareció que salía un poco fría, puesto que en la famosa aria de la carta, “Nel dì della vittoria”, la voz le sonó un poco estrecha y los agudos le quedaron un poco justos. Pero enseguida se puso a tono y demostró todo su arte. Su voz oscura era idónea para el papel, cantó con mucha elegancia, buena proyección, agudos y graves del todo homogéneos y sobresalió en el aria de la locura, “Una macchia è qui tuttora”. A su lado estaba el bajo Vitalij Kowaljow como Banco, un cantante imponente, y Saimir Pirgu como Macduff, un buen tenor que no tuvo su mejor día.
El montaje, a cargo de Christoph Loy, fue encantador. Basado exclusivamente en el blanco y el negro y toda la gama de grises, representaba el salón de un castillo con una gran chimenea y una gran escalinata al fondo. Era casi cinematográfico. Estéticamente era muy bonito, pero tratándose de un decorado único para toda la obra, cabe decir que las escenas de las brujas no quedaron bien resueltas, puesto que ni el escenario ni los vestidos cuadraban con la historia.
Dirigidos todos por Giampaolo Bisanti, la orquesta hizo un papel digno, mientras que el coro se notó demasiado disperso. En conjunto, es un Macbeth que no os podéis perder porque cuenta con muy buenos cantantes y una escenografía que recuerda los dibujos de Cornelius Escher.